El ataque sobre el municipio de Guernica fue el primer bombardeo masivo de la historia dirigido contra la población civil. Pero el cuadro que pintó Pablo Picasso no solo representó aquella masacre. Fue más lejos: se convirtió en un símbolo contra la todas las guerras, y además tiene una historia apasionante que nos cuenta en laSexta Clave el periodista José María Rivero. Guernica fue la inspiración de Picasso, pero la obra se la encargó la II República como un arma de propaganda para buscar aliados en la Guerra Civil.
Fue durante la Exposición Universal de París de 1937, el lugar en el que todo aquel que era alguien iba a ir, por lo que los republicanos pensaron en la necesidad de hacer algo que demostrara que estaban asediados para recibir ayuda. Para ello, no había nada mejor que contar con el mejor artista español vivo del momento. Se dice que, aunque trabajaba en este encargo, nada le convencía. Hasta que tuvo noticia del bombardeo de Guernica .
Entonces, según cuentan quienes le acompañaron durante el proceso, Picasso se puso a pintar y no paró hasta concluir su famosa obra y que esta estuviera lista para el mencionado evento internacional. Aquí, cabe destacar que, aunque es esa gama de grises, blancos y negros lo que transfiere un importante significado a la obra, esta estuvo a punto de ser finalizada a color. Porque a Picasso no le convencía el blanco y negro. Pensaba que el gris era un color sin fuerza y que no le iba a dar nada de carácter a la obra.
Por eso pensó en darle color. A sus amigos no les gustaba esa idea. Le plantearon que, antes que hacer eso, cubriera la obra con papeles de seda de colores. Cuando picasso vio el resultado no le gustó, pero se quedó con un detalle: tomó papel de seda rojo, lo recortó con la forma de una lágrima y le pidió a un amigo suyo que cada viernes acudiera a poner la lágrima en uno de los personajes que aparecen en el cuadro. A partir de ahí, la exposición universal de París se acabó y el cuadro viajó por el mundo.
Picasso y la República querían que se diera a conocer, que se mostrara al mundo, porque era una manera de propagar la barbarie de la guerra y de generar simpatías. Por ver el cuadro se pagaba y los fondos iban a la República. De hecho, en una ciudad de Reino Unido, la entrada no costaba dinero, sino un par de botas resistentes que se enviaba a los soldados españoles. El cuadro estuvo en numerosas ciudades hasta que estalla la Guerra Mundial. Entonces Picasso lo envía a Nueva York, al MOMA, para protegerlo de los nazis. Y el cuadro viaja por EEUU.
Acabada la guerra, el cuadro vuelve a viajar por el mundo hasta que se decide que está muy delicado y que es mejor mantenerlo en Nueva York. Sorprende, aun así, que España iniciara los trámites para que viniera a España con Franco vivo y en el poder. Fue cuando se inauguró el Museo Español de Arte Contemporáneo. Y el franquismo vio una oportunidad para darle contenido al museo y blanquear al régimen. Franco autorizó a su segundo, a Carrero Blanco, a iniciar gestiones. El cuadro no vino, pero las gestiones de Franco sirvieron para que Picasso aclarara dónde debía estar el futuro del Guernica: en España "cuando se hayan restablecido las libertades públicas"; cuando volviera la República, añadió más tarde.
Finalmente, el cuadro regresó. No con la República, porque no ha llegado, pero sí con las libertades. No fue fácil. Hubo mucha gente a la que convencer pese a la voluntad de Picasso. Hubo que convencer al hombre al que Picasso designó como juez para valorar si España era democrática; también a la familia, que no estaba segura. Y hasta al museo depositario de la obra, a la opinión pública estadounidense y sus autoridades. Y ahí ayudó Joe Biden. Fue uno de los senadores estadounidenses que apoyó la devolución, que se puso del lado español.
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