Una infancia armada

Niños sicarios, política y muerte: Colombia atrapada en su propio bucle

El contexto Miguel Uribe fue atacado por un menor armado, como tantos otros líderes colombianos antes que él. Décadas después del asesinato de su madre, Diana Turbay, la misma violencia vuelve a golpear a su familia.

Niños sicarios, política y muerte: Colombia atrapada en su propio bucle

El pasado sábado, en medio de un mitin político en Bogotá, Miguel Uribe, candidato a la presidencia de Colombia, fue víctima de un atentado. Recibió tres disparos mientras saludaba a simpatizantes. El agresor fue detenido minutos después. La sorpresa: era un menor de edad.

Uribe, que aún se recupera en una clínica bajo fuertes medidas de seguridad, ya conocía el rostro del terror desde niño. Su madre, Diana Turbay, fue secuestrada por orden de Pablo Escobar cuando él tenía solo cuatro años. Turbay era periodista y pensó que iba a entrevistar a un guerrillero. Era mentira. La usaron como moneda de cambio para evitar la extradición de narcos a Estados Unidos. Después de cinco meses, Diana murió durante un intento fallido de rescate por parte del Ejército.

Hoy, más de 30 años después, su hijo está al borde de la muerte por un disparo. La historia en Colombia, tristemente, parece avanzar en círculos.

Los niños armados de Colombia

La noticia no solo sacudió al país por la figura de Uribe, sino por quién apretó el gatillo: un menor de edad. No es la primera vez. Ni será la última, si el patrón se mantiene.

Hace 34 años, un joven de 15 años, Andrés Arturo Gutiérrez, asesinó en pleno aeropuerto a Bernardo Jaramillo Ossa, otro candidato presidencial. Le disparó a quemarropa, delante de su esposa. Lo atraparon en el momento, pero al ser menor, solo cumplió un año de condena. Salió de prisión y poco después fue asesinado junto a su padre en Medellín. Un ciclo sin justicia, sin final.

En 1984, el entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, fue asesinado a tiros desde una moto. Uno de los sicarios tenía 17 años. Confesó que lo hizo siguiendo instrucciones de Escobar.

Y en 1990, el exguerrillero y candidato presidencial Carlos Pizarro fue ejecutado dentro de un avión. El asesino acababa de cumplir 18 años y escondió una ametralladora en el baño. Lo mató en pleno vuelo, y fue abatido en el acto por uno de los escoltas. Otra vez, un joven usado como arma desechable.

Niños como soldados, sicarios, escudos

Durante décadas, los grupos armados ilegales en Colombia han reclutado menores. El Ejército de Liberación Nacional (ELN), por ejemplo, ha usado niños como correos humanos, explosivistas y combatientes. En un caso documentado, un joven de 16 años fue capturado manipulando explosivos. Había sido reclutado a los diez años, y enviado fuera del país para aprender a usarlos.

Durante un paro agrario especialmente violento, 15 menores fueron forzados a participar en bloqueos. El saldo: tres muertos y más de 60 heridos. Niños puestos en la línea de fuego, usados como carne de cañón.

¿Qué cambió en 30 años?

La respuesta es incómoda: muy poco. Colombia ha firmado acuerdos de paz, ha desmovilizado guerrillas y ha avanzado en memoria histórica. Pero en los márgenes —en las comunas, en los barrios dominados por bandas— los niños siguen siendo reclutados, armados, y puestos a matar.

Miguel Uribe es hoy la cara visible de un país que no logra romper su ciclo de violencia. Su historia no es nueva. Es solo la más reciente. Y mientras los niños sigan siendo usados como asesinos, el país seguirá condenándose a repetir sus tragedias.