¿Reabrir Alcatraz?
El modelo penitenciario de Trump: castigo y dinero, no rehabilitación
Los detalles Las cárceles de alta seguridad en EEUU bajo la administración Trump se han convertido en una fuente de ingresos, mientras las condiciones inhumanas y la falta de reinserción social aumentan las tasas de suicidio y reincidencia entre los reclusos.

A Donald Trump no le importa si Alcatraz, o cualquiera de las cárceles de alta seguridad en Estados Unidos, es realmente útil como prisión en términos de rehabilitación. Lo que le interesa es que funcione como un mecanismo de castigo y, sobre todo, como una fuente de ingresos.
El modelo penitenciario de la administración Trump se fundamenta en el aislamiento extremo y la gestión privada de las cárceles, cuyo fin no es la reinserción, sino el beneficio económico. Las cifras, alarmantes: las tasas de suicidios entre los reclusos alcanzan niveles insostenibles, mientras la tasa de encarcelamiento en el país sigue siendo la más alta del mundo.
Uno de los ejemplos más claros de este sistema es el caso de la prisión de Colorado, conocida como el 'Alcatraz de las Montañas Rocosas'. Abierta en 1994, este centro de detención se caracteriza por sus celdas de tres metros cuadrados donde los reclusos pasan 23 horas al día confinados.
No se trata solo de un lugar de castigo, sino de una máquina que asegura que sus presos no escapen, sin importar el costo humano. Terroristas, espías, asesinos en serie y narcotraficantes como Joaquín 'El Chapo' Guzmán cumplen allí condena.
Sin embargo, la prisión ha sido objeto de numerosas denuncias de organizaciones de derechos humanos por las condiciones inhumanas a las que se somete a los detenidos.
No es un caso aislado. En Nueva York, Rikers Island, conocida como la 'cárcel de los horrores', enfrenta denuncias similares, con muertes de reclusos y abusos por parte de los funcionarios. Aunque se planeaba su cierre en 2027, la falta de espacio ha obligado a extender los plazos, ya que los 7.000 reclusos de la prisión no tienen dónde ir.
El sistema penitenciario estadounidense se caracteriza por su alto porcentaje de detenidos preventivos, muchos de los cuales son personas pobres y migrantes que no pueden pagar la fianza.
Este panorama se ha intensificado con la promesa de Trump de enviar hasta 30.000 migrantes detenidos a Guantánamo, un destino que cumple a rajatabla. Con este modelo, Trump no solo sigue los pasos de líderes como Bukele, sino que también asegura que el sistema penitenciario sea una máquina de hacer dinero.
Las cárceles privadas que operan bajo este sistema han registrado ganancias récord durante el mandato de Trump, con dos empresas dominando el sector, y cada una generando más de 2 millones de dólares al año.
Sin embargo, esta rentabilidad no se traduce en programas de rehabilitación. De hecho, un 70% de los reclusos reinciden en delitos en un plazo de cinco años tras salir de prisión, lo que pone en evidencia la ineficacia de un modelo que no se interesa por la reinserción social.
En este contexto, el modelo penitenciario de Trump no se basa en la rehabilitación, sino en un ciclo de castigo, dinero y abandono social.