A sus 80 años, Antonio se siente solo en su propia casa porque su mujer falleció y no tiene hijos, además su familia más allegada vive a más de 600 kilómetros de distancia. "Acostumbrado a haber estado con muchas personas, te vas quedando cada vez más aislado y vas perdiendo hasta la conversación", explica.

"Nadie piensa que cuando seas mayor te gustaría tener alguien que pudiera estar contigo unas horas", señala Antonio. Un paseo o una simple tarde de charla es la tarea que realizan voluntarios como Alberto: "Aquí llegas y lo que intentas es estar a bien con él, hablar con él, escucharle y en esa hora y pico o dos horas que estás con él, están a gusto".

Para evitar estas situaciones, comerciantes y vecinos de Barcelona participan desde hace años en un proyecto para estar más pendientes de los más vulnerables. "A las personas mayores les da confianza saber que hay una red que es invisible pero que cualquier persona que detecte algún cambio, pues pueda llamar a algún teléfono y decir me preocupa la situación de esta persona o hace unos días que no la veo", explica Laia Ortiz, responsable de ‘Projecte Radars’ del Ayuntamiento de Barcelona.

Desde que sufrió un ictus, Antonio apenas sale a la calle, lo que hace más necesaria la compañía del voluntario, por el riesgo de quedar aislado. "A medida que va viniendo y vas hablando con él, llega un momento que estás esperando que venga", explica. Una red de manos voluntarias unidas para hacer frente a la soledad que acecha a nuestros mayores.