Patricia tiene 38 años, es diseñadora de moda y nació en México. Por Internet conoció a un español del que se enamoró y por el que (resumiendo mucho la historia) acabó migrando a nuestro país. Llegó a España sin redes de amigos o familia, sin trabajo, totalmente dependiente de este hombre, que acabó maltratándola. "Te voy a rajar de arriba abajo como a una cerda", llegó a gritarle un día. Ella nunca denunció: estando en un país extranjero, desconocía cómo el sistema podía ayudarla, hecho que su marido aprovechaba para manipularla y engañarla. Su historia es solo una más en una red demasiado amplia.
Dice el refranero popular que el que no llora, no mama. Hay que alzar la voz para que se escuche, y eso pasa en cualquier lucha, desde la más pequeña a la más grande pasando, por supuesto, por la batalla contra la violencia machista. Las estadísticas se conocen, se repiten, pero no dejan de ser números. Ahora, un informe quiere poner voz y nombre a esas cifras.
Las historias detrás de los datos
Un dato: las mujeres migrantes están sobrerrepresentadas en las estadísticas de violencia machista. Entre 2003 y 2019 las mujeres migrantes supusieron el 33% de las muertes por violencia de género. Otro dato: los asesinatos de mujeres extranjeras por esta lacra afectaron a 29 mujeres por cada millón de extranjeras residentes en España, cifra que cae a 5 por cada millón en el caso de las españolas. Así lo recuerda el informe 'Tirar del hilo: historias de mujeres supervivientes de violencia machista', realizado por la Asociación de Investigación y Especialización sobre Temas Iberoamericanos (AIETI) y la Red de Mujeres Latinoamericanas y del Caribe con el apoyo de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y la Agencia Española de Cooperación al Desarrollo.
Más datos: el programa de protección telemática de estas mujeres víctimas atendía, en 2017, a un 86% de españolas y un 14% de extranjeras, "a pesar de que las cifras de victimización en estas últimas se sitúa por encima del 30%", lamentan las autoras del informe. Y sacan una conclusión preocupante: las migrantes sufren más violencia de género, pero no reciben los recursos del Estado para salir de esta situación.
¿Qué hay detrás de estos números? ‘Tirar del Hilo’ busca poner de manifiesto “la precariedad y desprotección que arrastra este colectivo y que se agrava ante una situación de violencia machista”. Y lo hace con historias como las de Elisabeth, Sanae, Diana, Sonia, Zoraida, Mariana, Sofía, Nadera… En este informe cualitativo conocemos los casos de 19 mujeres migrantes de muy diferentes orígenes y clases sociales: las hay con estudios, sin ellos, que vinieron a España por trabajo, por amor, etc. En la mayoría de los casos los agresores son españoles. El objetivo es crear un telar donde tejer una red que cuenta la realidad de estas mujeres víctimas y recordar algo importante: "no son mujeres vulnerables, son mujeres vulnerabilizadas" por sus parejas y el sistema.
Te van a encontrar en la basura como una cerca
"Tiene que haber sangre, tiene que haber muerte para que me hagan caso", lamenta Diana, procedente de Perú. "Te van a encontrar en la basura como una cerca", amenazó el marido español de Patricia. "Tú para qué hablas, no sirves para pensar, para pensar estoy yo", tuvo que escuchar Mariana, de Colombia. "Es que me gusta hacerte daño", llegó a decir la pareja de esta última.
Violencias específicas por ser extranjeras
Las historias que conocemos a través de este duro, largo e importante informe ponen sobre la mesa males que sufren todas las mujeres víctimas de violencia machista, pero que en el caso de las migrantes se multiplica al no contar, en la mayoría de los casos, con redes de apoyo ni conocimiento sobre el sistema judicial y asistencial en nuestro país. “Son mujeres que se encuentran muy solas, no tienen red de apoyo y sostén”, lamenta Silvina Monteros, doctora en Antropología Social y una de las autoras del informe. "Nuestro empeño es el de quitar el empolvado manto que cubre la rueca, cuya aguja causa tanto dolor", describe el texto. Además, buscan recordar que el problema está “imbricado en la sociedad en la que se da, rechazando así la idea de colectivo marginal y ajeno al resto”.
El estudio concluye que las mujeres migradas sufren una situación específica ante la violencia machista: "a los elementos de opresión derivados de las diferencias de género (promovidas por el machismo imperante en países de origen, tránsito y destino), se unen aquellos que tienen que ver con la procedencia o la etnia (originados por racismo o discriminación) y los derivados de las dificultades de acceso a los bienes sociales, culturales y materiales (fruto del clasismo)", explican las autoras.
Así, por ejemplo, si los agresores machistas normalmente separan a sus víctimas de su entorno, esta distancia es aún mayor cuando ellas están fuera de su país, especialmente si la pareja es española, pues 'juega en casa' y tiene a su alcance todo cuando quiera para manipular y hacer daño a la víctima, que en la mayoría de los casos desconoce cómo pedir ayuda.
Racismo en instituciones: la tarea pendiente
Las 19 mujeres que conforman este estudio tienen historias de vida diferentes que se entrelazan por culpa de la violencia machista. Todas, además, han terminado acudiendo a servicios de ayuda por este maltrato y se las han visto con las instituciones, que en ocasiones no han estado a la altura, como denuncia el informe: "Que el camino dependa de la buena voluntad de los y las profesionales es evidentemente un problema", claman las autoras.
"Salir del laberinto no puede depender de la suerte", puede leerse en el texto, y se explican: son multitud los casos de violencia institucional identificados por estas investigadoras, que lamentan que la brecha que separa a las víctimas del sistema se debe "a la intervención inadecuada de algunos operadores", tanto policiales como jurídicos o sociales.
Salir del laberinto no puede depender de la suerte
Como muestra, varios botones. Desde AIETI, alertan de que han identificado que un trabajador de una fundación religiosa que acoge mujeres aconsejó a una víctima no denunciar y espera a que el maltratador volviera a buscarla para "estar juntos y volver a formar una familia". Además, critican que un miembro de las fuerzas de seguridad dijo a una de estas mujeres que si no había marcas físicas no podían hacer nada porque "es su palabra contra la de él". También lamentan la labor de ciertos abogados de oficio que incluso llegaban a recomendar quitar la denuncia por ser el denunciado padre de los hijos de la víctima, y citan una frase textual de uno de estos profesionales: “Usted sabe cuántos millones le cuestan al Estado personas como usted”.
El daño psicológico
Se trata, según reconocen desde esta asociación, de frases que "penetran en sus mentes como si fueran puñaladas", pues en muchos casos se pone en cuestionamiento las motivaciones de las mujeres para denunciar, llegando incluso a insinuar o decir que estas víctimas acuden a denunciar solo para obtener ayudas sociales, no por una verdadera situación de maltrato.
En este punto entra en juego, además, el maltrato psicológico, el más invisible y uno de los más dañinos. ¿Cómo se prueba? ¿Cómo podría probar Sofía, marroquí graduada en Derecho de 40 años, que su marido la trajo a España a los 24 años y que nunca dejó que se relacionara con nadie, que no la dejaba salir sola de casa ni al supermercado? "El no reconocimiento de la violencia psicológica y de la violencia sexual o la económica tiene efectos nefastos en las vidas de las mujeres", alerta el informe, que explica que si esto ocurre ellas pueden no ser reconocidas como víctimas de violencia de género, lo que impediría que pudieran hacer uso de servicios sociales imprescindibles para su recuperación.
Partiendo del reconocimiento de los avances en el tratamiento a estas víctimas, las autoras del informe insisten en que sigue habiendo “un tejido que presenta parches y agujeros”. La sororidad, la ayuda de asociaciones y demás recursos estatales para estas mujeres es esencial para que puedan salir adelante y puedan dejar de sentirse víctimas, aunque en muchos casos estos entes no tienen suficiente aporte económico para todo el trabajo por hacer, tal y como denuncian las autoras.
Sobre esa ayuda también hablan las voces del informe: "Es lindo ver la fuerza en la mujer que ha tomado la decisión de salir de ese entorno", cuenta Luna, venezolana de 36 años. Ella habla de su "necesidad de vivir y de respirar", que es la necesidad de todas. Sus voces, hoy, sirven a otras: "Porque la importancia de contar las historias también es esa, ayudar a que no se repitan". Que así sea.