Las ONG exigen a las compañías que investiguen inmediatamente estas prácticas, completamente invisibilizadas.
La mayor parte de los más de 12 millones de empleados de la industria textil india que trabajan en sus hogares son mujeres y niñas pertenecientes a comunidades étnicas que han sido objeto de represiones históricas y cobran aproximadamente 11 céntimos de euro por hora, según un estudio del Centro Blum para Economías en Desarrollo de la Universidad de Berkeley, en California.
Este estudio es considerado como el más importante de los últimos años sobre las condiciones laborales de estas empleadas, encargadas de dar los retoques finales a las prendas, abotonados, bordados o abalorios, que terminan "en las perchas de las principales marcas de moda occidentales", según el director del estudio 'Prendas Manchadas', Siddaharh Kara.
"El objetivo de este estudio es el de revelar las condiciones en las que trabajan estas empleadas con la esperanza de que los gobiernos, las compañías y las ONG puedan coordinar una solución a esta explotación laboral", ha explicado Kara.
Las costureras que trabajan en su domicilio son un sector invisible que permanece ajeno a los "razonables esfuerzos", según el estudio, "que efectúan las marcas en India porque estamos hablando de personas subcontratadas", fuera de las nóminas o bien residentes en campamentos laborales situados en el perímetro de las gigantescas factorías textiles del país.
El estudio se cimenta en tres porcentajes abrumadores. Un 99,3% de las empleadas son musulmanas o bien pertenecen a una casta inferior; un 99,2% trabajan bajo condiciones de trabajo forzado, por debajo del salario mínimo estipulado, y un 95,5% son mujeres.
Una de cada cinco mujeres son menores de 17 años y entre las 1.452 entrevistadas para el informe había incluso niñas menores de 10 años.
Casi un 6% de las encuestadas estaban trabajando para pagar una deuda. "Absolutamente ninguna de las empleadas tiene seguro médico, y nadie pertenecía a sindicato alguno, o recordaba haber firmado un acuerdo laboral por escrito", de acuerdo con las conclusiones del estudio.
Los pagos suelen retrasarse por espacio de un mes mientras las empleadas son constantemente penalizadas por no entregar a tiempo el trabajo que reciben, a pesar de que se pasan semanas o incluso meses sin salir de casa, cosiendo sin descanso. Ello desemboca en problemas físicos, como visión borrosa o dolores crónicos de espalda.
Esta explotación, que las propias autoridades indias reconocen como "desenfrenada", en declaraciones un responsable del Ministerio de Trabajo, Ajay Tewari, tiene su origen en los años 90, a raíz de los ajustes estructurales impuestos por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, que llevaron a muchas marcas de ropa occidentales a derivar la producción a países en vías de desarrollo, como Pakistán, India o Bangladesh , para reducir costes.
Como parte de este ahorro, la industria textil india ha pasado de contar con mayoría de empleados masculinos a usar mujeres, más baratas.
Durante los últimos cinco años, el número de empleadas se ha disparado hasta un 30% en núcleos industriales como Gujarat. Las mujeres son ahora mayoría en la industria textil: 20 de los 35 millones de personas que componen la fuerza laboral en este sector.
La ONG Aajeevika Bureau, especializada en el seguimiento de empleados inmigrantes en India, explica que "los empleados reciben objetivos imposibles de cumplir, como el de abotonar entre 400 y 500 prendas al día, tres o cuatro veces más de lo que es humanamente posible", explica a World Crunch su responsable, Gutam Kumar Mahanty.
Y entre las fábricas y el trabajo a domicilio se encuentra otro espacio intermedio de trabajo: los campamentos de producción, como los que existen en Narol (estado de Gujarat, este del país). Se trata de viviendas improvisadas que existen a las afueras de las fábricas y habitadas por empleados que no forman parte del personal de la industria.
"Llevo unos doce años trabajando y viviendo aquí", explica Kamilahan, una adivasi, es decir, miembro de una tribu indígena de India, que ni siquiera es considerada como una casta, "y sigo sin estar en nómina ni identificada como empleada". Otra de las empleadas, Kamilaben, añade que los turnos cambian constantemente.
"Las noches son lo peor, porque nos da mucho miedo estar solas en la fábrica. Nos traemos a nuestros hijos y les dormimos en cunas hechas de telas, y cerca de las calderas para que no pasen frío", añade. Los abusos sexuales son constantes y las denuncias prácticamente inexistentes.
El estudio de la Universidad de Berkeley recomienda a las compañías occidentales que comiencen a investigar estas subcontrataciones. "No basta con que me digan, "bueno, es que la fábrica no nos dice que subcontratan", explica Kara, "sino que es la labor de estas compañías preguntar por las condiciones de las empleadas. Si no preguntan, está claro que esta explotación va a continuar".
Ante esta perspectiva, el Gobierno indio prepara un nuevo plan laboral, que espera concluir a finales de este año, que consiste inicialmente en un censo de trabajadores "desorganizados", como les describen a los empleados a domicilio, en 125 sectores del país, entre ellos la industria textil. "Se les daría", apunta Tewari, "un número de identificación para que tuvieran acceso a ventajas sanitarias".
Pero el estudio de Berkeley considera que las empresas occidentales tiene que hacer presión para subir los salarios. "Hay que desarrollar una cooperación concertada al más alto nivel entre los ámbitos público y privado", de acuerdo con las recomendaciones del estudio. Para el activista humanitario Varun Sharma, esta solución se antoja difícil porque textiles indias no tienen mucho interés en que se conozcan muchos detalles del trabajo doméstico.
"Les resulta muy útil porque los inspectores de trabajo solo entran en fábricas y no tienen ni idea de que están haciendo esta clase de 'outsourcing'. Y además es que no existe ningún mecanismo para verificarlo", añade el humanitario, responsable de estudios laborales en el estado de Rajastán.
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