Se cumplen 20 años del brutal asesinato de Salvador, Julia y su hijo pequeño Álvaro en su piso de Burgos, el crimen prescribe sin haber encontrado al culpable. La prescripción del caso significa que solo se podría inculpar a los dos grandes sospechosos, si surgieran nuevas pruebas definitivas.
La fatídica noche, alguien con una llave entró en la vivienda mientras la familia dormía. Primero atacó a Julia en el dormitorio, luego a Salvador en la cocina y finalmente al pequeño Álvaro, de 12 años. El asesino dejó 125 heridas, la mayoría puñaladas, muchas de ellas infligidas cuando ya estaban muertos, los degolló. "No cabía más odio en el asesino", coincidieron los agentes que investigaron el caso.
Las sospechas iniciales se dirigieron hacia Rodrigo, el hijo mayor de 16 años, quien aquella noche dormía en un internado religioso a 80 kilómetros de Burgos. Contra él se alzaron varias circunstancias: poseía una llave de la casa, sabía conducir a pesar de no tener carnet, tenía interés en el dinero de la familia y algunos familiares mencionaron sus celos hacia su hermano menor. Además, una huella de sangre hallada en la escena del crimen coincidía en tamaño con su pie. Sin embargo, ninguna prueba concluyente pudo sostener estas acusaciones.
El segundo sospechoso fue Ángel Ruiz, un vecino con quien el padre de familia había tenido conflictos por compras de tierras. En el día del entierro, Ruiz hizo pintadas ofensivas, lo que levantó sospechas. Aunque no se investigó en serio hasta una década después, contra él se encontraron copias de llaves de vecinos en su casa y una caja de un modelo de zapatilla igual al de las huellas de sangre. Además, su historial incluía un homicidio: atropelló hasta la muerte a una anciana por un conflicto de tierras, lo que lo llevó a la cárcel.