Su relato aún escuece: "Cuando era pequeño, cualquiera que se distinguiera como gay o como mínimamente afeminado, era marginado automáticamente" explica Joaquín Pascual, un homosexual que vivió la represión franquista en Extremadura.

Aún duele en el recuerdo y las risas en la escuela: "Era el mariquita, había que reírse. Le decía el profesor es que eres muy mariquita, se ríen todos de ti". Joaquín lo revive sin pudor en uno de los lugares, testigo de la represión franquista: la antigua prisión de Badajoz, donde encarcelaron a miles de hombres por ser homosexuales.

"Me a la cárcel de Badajoz y todos los que estábamos por homosexuales éramos objeto de violaciones continuas por parte de los presos comunes". De aquel lugar solo queda un cilindro un ladrillo rojo, el núcleo de lo que fue la cárcel, reconvertida hoy en un museo de arte.

La imagen del Badajoz que dejó atrás el miedo y la represión y se abrió a la tolerancia: "Extremadura parte de un retraso secular respecto a otras comunidades autónomas y partiendo de ese retraso hemos conseguido estar en igualdad de condiciones no solamente con otras comunidades autónomas, sino con otras regiones europeas" explica Santiago Cambero, profesor de Sociología de la Universidad de Extremadura.

Hasta allí emigraron ellos: Lo Palomos. Una fiesta por el respeto y la diversidad afectivo-sexual, que cumple ya seis años: "En Palomos puedes ver a una señora de 60, 80 años que viene con sus amigas a dar una vuelta, igual que puedes ver a miles de padres y madres que vienen acompañados de sus hijos y sus hijas" asegura Hugo Alonso, coordinador del servicio plural de Fundación Triángulo.

Desde lo más oscuro de la historia a todas aquellas que hoy, libres, celebran la diversidad.