La frustración de la juventud, la falta de confianza en la clase política y los estragos de la crisis económica fueron algunos de los ingredientes que hicieron estallar la olla a presión de la juventud española hace apenas una década.

Se ha hablado tanto del 15M que no parece que tan solo hayan pasado diez años. Diez vueltas alrededor del sol en las que España ha dado un vuelco: desde el sistema político a la economía, con matices y con una pandemia de por medio.

Lo que no ha variado un ápice es la situación de los jóvenes en España. Bueno, sí: a peor. Los datos indican que tener entre 16 y 34 años en España es hoy peor que hace una década. Y poco ha tenido que ver el COVID-19: apenas ha ahondado una tendencia que de por sí ya era a la baja.

Así, por ejemplo, en diez años se ha perdido cerca de millón y medio de ocupados entre 16 y 34 años. De acuerdo con la Encuesta de Población Activa que elabora el INE, en el primer trimestre de 2011 había en nuestro país casi 5,9 millones de empleados jóvenes, que representaban un tercio de los -entonces- 18,4 millones de españoles en activo.

Diez años después, la cifra ha disminuido tanto en términos absolutos como en relativos. En la última EPA se contabilizan 4,4 millones de trabajadores en esta franja, el 23% de la población.

Y no es solo cuestión de que haya descendido la población juvenil ni del impacto de la pandemia, que ha trastocado la comparativa. Si recurrimos a la EPA del primer trimestre de 2019 -cuando aún no había aparecido la enfermedad- también las cifras muestra cómo ha descendido la población activa juvenil: 4,7 millones, el 24,4%.

Y el impacto de los sucedido se ve todavía en la estructura de la ocupación: la proporción de personas de mayor edad en el mercado laboral ha aumentado y los años de crecimiento interrumpidos por el coronavirus no sirvieron para potenciar el empleo juvenil.

Esto se traduce en una generación perdida: quienes permanecieron en el mercado laboral han engrosado las capas superiores y la poca entrada de gente joven queda todavía más clara, como se ve en los gráficos que se encuentran bajo estas líneas.

De hecho, a día de hoy el dato de desempleo juvenil es aún del 39,5%. En marzo de 2011, era del 45,3%.

La falta de oportunidades para incorporarse al mercado laboral tiene su traducción en un aumento de la desigualdad. De acuerdo con los últimos datos de riesgo de pobreza publicados por el INE y que hacen referencia a 2019 -es decir, sin contabilizar el impacto del COVID-19-, entre 2011 y 2019 aumentó en más de cuatro puntos porcentuales: del 22,3 al 26,5%.

Esto implica que uno de cada cuatro jóvenes en esa franja de edad en nuestro país se encuentra al borde de la exclusión social.

La desafección política supuso la ruptura del bipartidismo y, entre otras cosas, el ascenso de figuras como Pablo Iglesias -que terminó fundando y liderando Podemos un par de años después- o Ada Colau, entonces portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca.

El liderazgo de la ahora alcaldesa de Barcelona vino de la mano del estallido de la burbuja, que implicó un coma inducido al mercado inmobiliario y que poca gente podía permitirse acceder a la vivienda. Esta carencia, en el caso de los jóvenes, ha sido sintomática: la tasa de quienes poseían una casa ha caído en una década en 20 puntos.

Aunque hayan pasado diez años del 15M, todavía hay condiciones que impiden que la juventud pueda desarrollarse plenamente. Ni integrarse en el mercado laboral ni acceder a una vivienda digna. Una situación que la pandemia ha cubierto con un tupido velo pero que en cualquier momento puede comenzar a borbotear.