Para Nicolás, las apariencias eran esenciales, algo que se logra con un buen coche, como los que utilizó en sus idas y venidas. Siempre con chófer y con apariencia de oficial, algo que logró gracias a un rotativo policial, de uso exclusivo para cuerpos de seguridad del Estado y que se lo regaló el escolta del Ayuntamiento de Madrid, Jorge González Hormigos.

Una buena casa es esencial. La de sus padres en un barrio obrero de Madrid no era suficiente. Es preferible un chalé, y si es de Kyril de Bulgaria, mejor. Una constructora pagó 5.000 euros al mes para que Nicolás lo utilizara como su base de operaciones.

Ahora, las amistades. El secretario de Estado de Comercio, Jaime García Legaz, el coordinador de Seguridad del Ayuntamiento de Madrid, Emilio García Grande; un escolta de Ana Botella, otro de Casa Real y ya, de paso, el mismísimo secretario personal de las infantas, Carlos García Revenga.

El contexto era esencial: las comidas de negocios, siempre en restaurantes caros. Sólo falta el atrezzo, como informes policiales reales, placas en curso de la Guardia Civil y la Policía Municipal de Madrid, o una carpeta con el sello de la Casa Real.

Hasta aquí, la realidad. Ahora, las mentiras: informes falsos del Ministerio de Presidencia o de organismos extranjeros como el Banco Nacional de Guinea. Unos documentos que iba imprimir mientras su coche con chófer le esperaba en la puerta.