Es su obsesión: que lluevan misiles sobre sus enemigos, y ahora, dicen, pueden lograrlo más allá del celuloide.
Y por mucho que parezca el farol de jugador de poker novato que quiere hacerse respetar en la mesa, los objetivos en un radio de entre 3.000 y 4.000 kilómetros como Seúl y Tokio, los predilectos, pero también las bases estadounidense de Manila, Okinawa y Guam, tiemblan.
Aunque no sólo ellos están en la diana: "Su única posibilidad es causar el mayor daño posible", afirma el capitán de Navío Ignacio García Sánchez.
Si las lanzaderas que tienen en la costa oriental se activan, entrará en juego el sistema antimisiles aegis desde el mar. Si fracasa, algo casi imposible, será el turno de los sistemas Patriot, última oportunidad para derribarlos ya desde la tierra.
Que un misil alcance su objetivo es casi imposible. Ante el ataque, EEUU y sus aliados estarían legitimados para una operación de castigo: "En esa legítima defensa, se atacarían blancos legítimos, lo que provocaría un desfondamiento del régimen".
Les fustigarían donde más les duele, que no precisamente es su población civil. Golpearían sus bases militares, sus telecomunicaciones y su industria nuclear. Todo un desastre para este reino absoluto surrealista y fiero. Un millón de soldados practicamente lobotomizados se preparan para morir matando a cualquiera que se atreva a invadirles.