Una cosa y la contraria
Negociación y aranceles "permanentes": las contradicciones de Trump desconciertan al mundo en plena guerra comercial
¿Qué está diciendo? El errático discurso de Trump sumerge al mundo en una incertidumbre aún mayor en medio de la escalada arancelaria. "Ambas cosas pueden ser ciertas: puede haber aranceles permanentes y también puede haber negociaciones", sostiene.

Resumen IA supervisado
Trump ha mostrado disposición para negociar los aranceles impuestos a varios países, pero simultáneamente ha sugerido que estos "podrían ser permanentes". En un encuentro con Netanyahu, Trump elogió la eliminación de aranceles por parte de Israel, pero no se comprometió a reciprocidad. Este estilo de diplomacia económica, caracterizado por mensajes contradictorios y exigencias unilaterales, ha dejado a sus socios y mercados en incertidumbre. Mientras tanto, las relaciones comerciales globales sufren, con aliados históricos reconsiderando sus alianzas y China preparando una estrategia a largo plazo para resistir la presión estadounidense.
* Resumen supervisado por periodistas.
La política exterior estadounidense ha entrado de lleno en el terreno de lo absurdo. En un giro más dentro de su errática estrategia comercial, Donald Trumpha afirmado que su Gobierno está dispuesto a negociar los aranceles que ha impuesto en decenas de países, pero al mismo tiempo ha insistido en que dichos aranceles podrían ser "permanentes". En su mente, ambas ideas no son contradictorias. Para el resto del planeta, sí. Y esa disonancia está alimentando un desconcierto global sin precedentes.
"Puede haber aranceles permanentes y también puede haber negociaciones", declaró el presidente estadounidense este lunes en la Casa Blanca, flanqueado por el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. En ese mismo acto, prometió acuerdos justos, rechazó una oferta europea para eliminar aranceles, e insinuó represalias contra China, todo en el transcurso de una misma comparecencia. El mensaje fue tan confuso que ni sus propios colaboradores pudieron sostener una versión coherente a lo largo del día.
La lógica de Trump se sostiene sobre una premisa unilateral: imponer castigos económicos como mecanismo de presión y, al mismo tiempo, exigir concesiones como condición para levantar esos castigos. El resultado es una especie de chantaje institucionalizado, donde los términos del diálogo cambian al ritmo del humor del presidente.
"Hay muchas cosas más allá de los aranceles", añadió Trump. "Necesitamos abrir países que estaban completamente cerrados". Y aunque su mirada apunta especialmente hacia China, también incluyó en su ofensiva verbal a sus tradicionales aliados: Europa, Japón, incluso Israel.
Una mano que se tiende... con un puño cerrado
La escena con Netanyahu fue tan simbólica como reveladora. Mientras el primer ministro israelí anunciaba con entusiasmo la eliminación de los aranceles de su país hacia Estados Unidos —"Soy un campeón del comercio libre", proclamó—, Trump lo felicitaba, pero sin comprometerse a corresponder el gesto: "Puede que no. No te olvides: ayudamos mucho a Israel", respondió.
Esta mezcla de cortesía superficial y amenaza velada es el nuevo lenguaje de la diplomacia económica trumpista. Se presenta como una oferta de diálogo, pero lleva implícita una exigencia: alinearse con los intereses de Washington o pagar el precio. Así ocurrió también con la Unión Europea, a la que Trump descartó como socio fiable, acusándola —una vez más— de haberse constituido "para hacer daño a Estados Unidos". Rechazó su propuesta de "aranceles cero", calificándola de insuficiente y volvió a exigir algo más concreto: "Tienen que comprar una cantidad de energía".
La confusión como doctrina
Mientras Trump tejía este enredo de declaraciones públicas, su equipo económico se sumía en el desconcierto, tal y como recoge la cadena 'ABC'. Scott Bessent, secretario del Tesoro, afirmaba estar en conversaciones activas con Japón. Peter Navarro, su asesor económico más combativo, sostenía lo contrario: que la nueva política económica "no es negociable". Kevin Hassett, director del Consejo Económico Nacional, hablaba de un posible aplazamiento de los aranceles por 90 días. Wall Street reaccionaba con optimismo... hasta que la Casa Blanca salía minutos después a desmentirlo todo.
Este caos no es anecdótico. Es una estrategia de poder por confusión. Trump lanza mensajes contradictorios, y deja que sean los mercados, los medios y los gobiernos extranjeros quienes intenten descifrar cuál de sus versiones es la definitiva. En el proceso, el margen de maniobra de sus interlocutores se reduce, y Estados Unidos impone su agenda por agotamiento.
Estados Unidos primero... y solo
Trump sigue repitiendo su mantra: "Estados Unidos primero". Pero cada vez parece más claro que eso significa "Estados Unidos solo". Su visión del comercio global es la de un juego de suma cero: alguien gana, alguien pierde. Y él no está dispuesto a ceder ni un centímetro si no obtiene algo a cambio. La noción de acuerdos multilaterales, beneficio mutuo o reglas compartidas ha sido sustituida por un mercadeo impulsivo en el que solo importa el titular, no la coherencia.
En este escenario, las consecuencias son ya palpables. Las bolsas fluctúan al ritmo de sus improvisaciones. Los socios históricos de EEUU comienzan a buscar nuevas alianzas. Y China, lejos de ceder, prepara su propia estrategia de largo aliento para resistir la presión estadounidense.
Mientras tanto, Trump sigue hablando. A veces para tender la mano. A veces para cerrarla en un puño. Y el mundo, atrapado entre ambas posturas, asiste a una deriva que no parece tener freno.