Tenía unos 24 segundos Max Verstappen con respecto a Charles Leclerc en la vuelta 69 de las 71 que componen el GP de Austria. Sí, victoria fácil. Victoria sencilla. Victoria que, eso sí, se pudo complicar por una arriesgada decisión, o arriesgado capricho, de un sobradísimo neerlandés que aunque tenía mucho lo quería todo.

Quería el máximo de puntos posible. Y el máximo no son 25, son 26. Son victoria y vuelta rápida. Son tener algo que en ese momento era propiedad de Sergio Pérez. Y eso es algo que Verstappen no podía permitir.

Por radio le dijo a su equipo que quería parar. Ellos, sabedores de que había más que perder que más que ganar, le dijeron que no, que era muy arriesgado. Pero Verstappen es Verstappen.

Es más de medio Red Bull. Y lo sabe. Bien sabe lo que da el ser bicampeón y el ojito derecho de los Helmut Marko y compañía. Y bien sabe que si él pide o quiere algo...

Se lo van a terminar dando. Y se lo dieron. Y menos mal que no pasó nada en la parada. Menos mal que no hubo ninguna tuerca floja. Menos mal que no hubo ninguna pistola que se quedase encajada. Menos mal que no dilapidó la distancia de 24 segundos que tenía con Leclerc.

Y menos que, en su vuelta de 'clasificación', no se salió de pista o tuvo ningún 'track limits' de esos tan famosos en Austria. Porque, de haber pasado algo, habría perdido 25 puntos por lograr uno por la vuelta rápida.

Al final, en ese giro, le metió casi 4 segundos a Charles Leclerc, dejando claro que el ritmo del Red Bull, que el RB19, estaba en otra dimensión en Spielberg.