Su hogar, el Mediterráneo, presente en cada pincelada azul y en las formas que siempre repite: soles, estrellas y lunas. Mientras que los fuertes trazados negros.... son una metáfora de su preocupación por España, inmersa entonces, en los últimos años de la dictadura.

Esa es la razón, según su nieto, por la que vemos una pintura negra de luto: “Esperando una nueva España que va a ver nacer a generaciones de jóvenes que va a intentar reconstruir un país democrático”.

El artista catalán dormía junto a una libreta. En ella plasmaba sus pesadillas, sus monstruos, que representó con estas cabezas, a las que les perforaba los ojos porque decía que así tenía acceso al subconsciente del alma de esa persona.

En los años sesenta desafió la pintura convencional, la puso, literalmente patas arriba. Para... salirse de las líneas establecidas por las academias. Compraba un cuadro en el rastro de Barcelona y luego pintaba sobre ellos. Su intención era “asesinar la pintura”, utilizando materiales menos habituales como yeso, corcho o diferentes telas.

Los volcanes también fueron su huella. Con ellos buscaba reinventar su temática. Resurgir de sus cenizas como si de un Ave Fénix se tratase.