En mitad de la noche, alzamos la vista al cielo y vemos las estrellas brillar. En silencio, escuchando solo el sonido del viento. Ellas parecen estar inmóviles en la plenitud del firmamento, cuando de repente aparece un destello fugaz en mitad de la negrura. Es como si una estrella se cayera dejando una estela para luego perderse en el universo: una lágrima de San Lorenzo.

La tradición católica denominó a este fenómeno las lágrimas de San Lorenzo porque coincidían con la onomástica del mártir. Actualmente, las lluvias de perseidas se siguen llamando ‘lluvias de estrellas’ o ‘lágrimas de San Lorenzo’ porque la terminología científica se apoya en expresiones más conocidas para su divulgación, según el Instituto Cervantes.

De esta manera se busca llegar a un lugar de encuentro entre el discurso común y la explicación científica, explica la entidad. En este caso, la tradición es nombrar a estos meteoros, que parecen lágrimas y que se ven cada año los días próximos al 10 de agosto, festividad de San Lorenzo, lágrimas de San Lorenzo. La explicación científica es que son partículas que dejó un cometa tras su paso y que, cada año, cuando la Tierra en su recorrido alrededor del Sol pasa por la zona en la que se encuentran estas partículas, los meteoros se vuelven incandescentes al entrar en contacto con la atmósfera de la Tierra.

¿Cuándo podemos ver las lágrimas de San Lorenzo?

Las lluvias de perseidas podrán verse desde el 17 de julio al 24 de agosto, pero los mejores días son entre el 9 y el 12 de este mes, según Planetario de Madrid. Cada noche se pueden observar entre 120 y 150 meteoros a la hora y el mejor momento para verlos es al amanecer, que en verano es entre las 6:20 y las 6:30 de la mañana.

¿Dónde podemos verlas?

Este verano la visibilidad de las lluvias de estrellas es muy buena, explican desde el Planetario de Madrid. Entre otros factores porque la Luna está en fase creciente, lo que hace que no esté muy iluminada, y eso nos ayudará a disfrutar de las lágrimas de San Lorenzo.

Las mejores zonas son lugares oscuros y alejados de la ciudad, con poca contaminación lumínica. Dónde puedas extender una hamaca o una esterilla y mirar al cielo sin que te tapen el horizonte los edificios.