EL COCHE QUE VINO DEL FUTURO
Este deportivo japonés merecía ser leyenda, pero no lo dejaron
Ni fue barato ni se vendió en masa. Pero el Nissan 300ZX Z32 tenía el talento de los grandes. La historia de su fracaso no es una historia de mediocridad, sino de excesos, de perfección técnica y de un mundo que no supo entenderlo.

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A finales de los años 80, cuando Japón todavía soñaba con dominar el mundo, Nissan se propuso crear el mejor deportivo que jamás hubiese salido de su país. La marca lo tenía todo: dinero, ingenieros brillantes y una reputación en alza gracias al legado de la saga Z. Pero lo que lanzaron al mundo en 1989 no era solo una evolución. Era una revolución con matrícula.
El Nissan 300ZX Z32 nació en un entorno donde la imaginación era la única frontera. Diseñado con uno de los superordenadores más potentes del mundo, el Cray-II, y modelado por software CAD en una era aún dominada por las reglas y los rotuladores, fue uno de los primeros deportivos completamente gestados por ordenador. La silueta que surgió de aquella máquina era tan afilada como avanzada: sus faros escamoteables, inclinados a más de 60 grados, eran tan buenos que Lamborghini los acabó usando para el Diablo GT.
El resultado era un coche que parecía adelantado veinte años a su tiempo. Su diseño, firmado por Toshio Yamashita, fue reconocido internacionalmente. Pero más allá de su aspecto, lo que lo convertía en un prodigio era su filosofía: un coche sin concesiones, sin atajos, que desafiaba los límites de lo que podía ofrecer un gran turismo japonés sin pedir perdón a Porsche ni a Ferrari.
Donde vivía la ingeniería
Lo que latía bajo su capó no era simplemente un motor potente. Era una declaración de principios. El V6 VG30DETT era un bloque biturbo de 3.0 litros, tan refinado como brutal. Oficialmente ofrecía 280 caballos por culpa del acuerdo de caballeros entre los fabricantes japoneses, pero todo el mundo sabía que entregaba mucho más. Cada subida de vueltas era una carta de amor a la ingeniería de precisión.
Ese motor era sólo una pieza más de un puzle sofisticado. El 300ZX Z32 incorporaba tecnologías que apenas se veían ni siquiera en deportivos europeos del doble de precio. El sistema Super HICAS, por ejemplo, ofrecía dirección activa en el eje trasero, una solución que hoy emplean fabricantes como Porsche o BMW en sus modelos más caros. A baja velocidad, las ruedas traseras giraban en sentido opuesto a las delanteras para mejorar la maniobrabilidad. A alta velocidad, giraban en paralelo, haciendo que el coche se sintiera como un tren de alta velocidad.
La suspensión multibrazo en ambos ejes, los frenos de alto rendimiento, la rigidez estructural... Todo hablaba de un coche creado sin ataduras contables. Durante un tiempo, el Z32 fue una especie de unicornio: un deportivo japonés que, en refinamiento y rendimiento, podía mirar a los ojos a cualquier rival alemán o italiano, y muchas veces, los vencía.

Cuando el mundo se rindió a sus pies
Durante sus primeros años, el 300ZX Z32 fue un ídolo. Car and Driver lo colocó en su lista de los "Diez Mejores" durante siete años consecutivos. Motor Trend lo coronó como el coche de importación del año. Las pruebas lo enfrentaban a Porsche 911, Ferrari 348, Corvette C4... y en muchas de ellas, salía ganador. Fue, durante un breve pero brillante momento, la mejor tarjeta de presentación de la ingeniería japonesa en todo el planeta.
Era un coche que no sólo iba bien. Te hacía sentir bien. Todo en él estaba pensado para el conductor: el tacto del cambio, la progresividad del turbo, el equilibrio del chasis, el aislamiento justo para mantenerte conectado pero no agotado. No era el deportivo más salvaje, ni el más visceral, pero en su armonía estaba su genio. Como un piano de cola afinado por un loco del detalle.
Y sin embargo, con el paso de los años, ese aplauso unánime empezó a diluirse. El coche no cambió. El mundo, sí. De pronto, esa búsqueda enfermiza por la perfección comenzó a volverse en su contra.
La excelencia que acabó en ruina
El 300ZX Z32 nunca fue un coche barato. En Europa, costaba lo que hoy serían unos 60.000 euros. En Estados Unidos, su precio no dejó de subir año tras año. Nissan había construido un deportivo que lo daba todo, pero que también lo pedía todo: tiempo, dinero, paciencia y un buen mecánico cerca. Cambiar unas bujías era un acto quirúrgico. Acceder a los turbos requería desmontar medio motor. Literalmente.
Y luego estaban sus demonios mecánicos. La bomba de agua tenía la esperanza de vida de un hámster. Las juntas del motor se cuarteaban si no se mimaba. La correa de distribución era sagrada. No era un coche para todos, sino para los obsesivos del mantenimiento. Aquellos que supieran que lo que llevaban entre manos no era un simple deportivo, sino un reloj suizo con ruedas.
A medida que los años pasaban, ese perfeccionismo técnico fue alejando a sus posibles compradores. Era demasiado caro para los jóvenes entusiastas. Demasiado delicado para el usuario medio. Demasiado diferente para los puristas de marcas europeas. El Z32 empezó a perder terreno, y con la llegada de los SUV y la recesión económica global, simplemente dejó de tener sentido para Nissan.
Un final que llegó demasiado pronto
La burbuja económica japonesa estalló en 1990, y con ella se esfumaron los sueños de grandeza. Nissan, como tantas otras marcas niponas, entró en un periodo de supervivencia. Los proyectos faraónicos fueron cancelados. La rentabilidad volvió a ser lo primero, y el 300ZX, con su coste elevado y ventas decrecientes, fue uno de los primeros en caer.
En 1996, se retiró del mercado norteamericano. En Japón aguantó hasta 2001, pero ya era un zombi que sobrevivía en los márgenes. Las cifras no acompañaban: 136.000 unidades en más de una década. Una miseria si se compara con las ventas de su antecesor, el Z31. Una tragedia si se piensa en lo que este coche representó.
No ayudó tampoco el cambio de época. La industria se estaba volviendo pragmática. Ya no se celebraban las genialidades técnicas, sino los balances financieros, y el Z32, un coche que parecía construido por locos enamorados de la mecánica, no tenía cabida en ese nuevo orden.
El mito que crece con los años
Hoy, sin embargo, el Nissan 300ZX Z32 ha empezado a recuperar su sitio. No como superventas, ni como inversión rentable, sino como lo que fue: un icono. Un coche que encarna el último aliento de una era irrepetible, cuando los ingenieros mandaban más que los contables, y cuando un fabricante japonés se atrevía a desafiar al mundo con algo más que buenos precios.
Sus precios han subido. Sus defensores lo veneran. Sus restauraciones ya no se ven como un capricho, sino como un acto de justicia histórica, y en cada encuentro de clásicos, su silueta sigue atrayendo miradas de asombro, como si nadie pudiera creer que algo así saliera de una cadena de montaje y no de un laboratorio de ciencia ficción.
El Nissan 300ZX Z32 no conquistó el mundo. Pero sí conquistó a quienes lo entendieron, y tal vez eso sea mejor que cualquier cifra de ventas. Porque en un mundo cada vez más plano y genérico, él sigue recordándonos que hubo un tiempo en el que la perfección importaba. Aunque costara caro. Aunque nadie lo pidiera. Aunque el mundo no estuviera preparado.
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