EL CLIC DEL TAPÓN, EL OLOR A MOTOR CALIENTE…

Cambiar el aceite... ¿pronto será un recuerdo del pasado?

Lo que antes era rutina empieza a parecer exótico.

mecanico-taller-2016-0015

mecanico-taller-2016-0015Centímetros Cúbicos

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Los más hábiles conocen el ritual al dedillo: levantar el coche con el gato, mancharse las manos aflojando el tapón del cárter, mirar con cierta satisfacción cómo sale el aceite negro como el pecado… Cambiar el aceite no es solo mantenimiento, es casi un acto de comunión entre humano y máquina. Cada 10.000, 15.000, o 20.000 km, el coche te habla (con ese zumbido más áspero, ese consumo sospechoso) y tú respondes con filtro nuevo y algunos litros de cariño.

Hoy, sin embargo, lo que antes era rutina empieza a parecer exótico. Los coches eléctricos no necesitan aceite de motor, ni filtros, ni bujías, ni correas de distribución, y claro, eso suena muy bien para el bolsillo y el taller... pero es como si le quitaras alma al proceso. El mantenimiento se reduce a cambiar el líquido refrigerante de la batería cada cierto tiempo, revisar frenos (que además duran más por la frenada regenerativa) y poco más. Sin ruidos, sin olores, sin historia. Un Tesla no te mancha las manos. Tampoco te las pide.

Esta transición tiene sentido práctico, pero cuesta asumirla emocionalmente. Es como cuando nos dijeron que ya no hace falta vinilo, que el Spotify va mejor, y sí, probablemente es cierto, pero ¿dónde queda el ritual? ¿Dónde la conexión? Cambiar el aceite era una excusa para pasar tiempo con el coche, para entenderlo, para escuchar lo que no decía. Ahora que el coche calla del todo, muchos nos preguntamos si el progreso, en su eficiencia, no se está cargando también un poco del amor.

Adiós a la bujía, al carburador... ¿y al vínculo?

Más allá del aceite, lo cierto es que estamos perdiendo muchos de los elementos que hacían de los coches algo mecánicamente vivo. El carburador, el distribuidor, la válvula EGR y su facilidad para anularla, el termostato, el propio embrague... Toda esa orquesta de piezas que a veces fallaban, sí, pero que también te enseñaban a entender lo que tenías bajo el capó. Eran fuentes de gasto, claro. Pero también de aprendizaje, de conversación, de memoria. ¿Cuántos padres e hijos han compartido tardes intentando arrancar un coche viejo o ajustando el ralentí?

La electrificación promete coches que no fallan, o al menos no lo hacen de la forma que solíamos entender. El motor eléctrico tiene muchas menos piezas móviles. No hay cambios de aceite, ni correa de distribución, ni siquiera caja de cambios como tal. Esto abarata el mantenimiento, alarga la vida útil y hace más predecible la experiencia de uso. Pero también homogeniza todo: todos los coches eléctricos se parecen más entre sí, y menos a lo que recordamos como “coche de verdad”.

No se trata de que el progreso sea malo. Ni de que queramos volver a calentar bujías con un mechero. Pero sí conviene reconocer que estamos dejando atrás un tipo de relación más visceral con el coche, y eso, para muchos es un duelo. Porque cuando el coche deja de pedirte cosas, deja también de hablarte, y uno empieza a sentirse más como usuario que como conductor.

Talleres de coches
Talleres de coches | PIXABAY

El futuro es limpio, sí… pero ¿demasiado aséptico?

No todo está perdido, pero el camino que seguiremos parece estar claro. Las nuevas generaciones no echarán de menos lo que no conocieron. Para ellos, que el coche no suene o no tenga mantenimiento será simplemente lo normal. Pero para los que veníamos de ajustar el avance del encendido con oído y destornillador, esto sabe a comida sin sal. El coche, para muchos, era una extensión de la personalidad, y cuidar de él era una forma de cuidarte a ti mismo. Algo que ahora se diluye entre sensores, actualizaciones OTA y apps con iconitos azules.

Quizá llegue un punto en el que los coches térmicos se conviertan en piezas de museo viviente, como las locomotoras de vapor. Allí estarán, arrancando con petardeos gloriosos y oliendo a aceite recalentado, recordándonos que hubo un tiempo en que conducir era también mancharse. Hasta que la normativa, los impuestos o la falta de piezas los extinga. Será entonces cuando cambiar el aceite se convierta en una especie de ceremonia para nostálgicos, como hacer pan casero o revelar fotos en analógico.

Tal vez ese sea el lugar de los coches clásicos: no en el día a día, sino en los recuerdos, en los domingos soleados, en los garajes llenos de herramientas. Porque sí, el futuro será silencioso, limpio y digital. Pero no olvidemos que, a veces, en el ruido y la grasa también había poesía.

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