Riley Suárez, menor trans no binario, no es ni un niño, ni una niña. Al nacer se le asignó el género masculino, aunque no se sentía como un niño. Pero tampoco se identifica con el género femenino. "Yo sabía que no era un niño, pero tampoco me sentía una niña. Me di cuenta, al conocer a otra persona que se sentía igual que yo", explica. Así se dio cuenta de que era una persona trans no binaria, es decir que no se identificaba ni con un género ni con otro.
A sus padres les costó entender su proceso. Rosa María Ortega, su padre, explica que creyó al principio "que es una transición hasta que él se encuentre con fuerzas para decirme que es una niña y con el tiempo me he dado cuenta de que no: me lo ha estado diciendo toda la vida y he sido yo quien no me he enterado".
Cada día se enfrenta a la incomprensión de la gente, a la insatisfacción de que la sociedad no le perciba de manera correcta. "He ido a hacer cualquier cosa y me han dicho 'hola bonita' y molesta un poco", añade Riley.
La identidad de estas personas no tiene nada que ver ni con cómo vistan o actúen, ni por quién se sientas atraídas. Es una cosa que se lleva dentro. Lo saben bien en la Fundación Daniela. Pau Eloy-García tiene 26 años y desde hace uno ayuda a personas que como en su caso, son trans no binarios.
"Se nos obliga o se nos impone dar el paso a ser hombres o mujeres, ¿no?; realmente no queremos dar ese paso. Las personas trans no somos personas indecisas, sino que tenemos claro que nuestro género no entra en el sistema binario de hombre-mujer", destaca Pau.
Viven en un mundo en el que no acaban de encajar, aunque el primer paso, dicen, es dejar claro que su realidad también existe.