Quienes comercian con el tiempo y con la guerra son los mismos que encienden la chispa del desastre. Para limpiarse pulgas, sientan a las víctimas en el banquillo de los acusados. Lo estamos viviendo a cada rato.

No hay día en el que no salten a las noticias los MENAS, menores extranjeros no acompañados que andan cometiendo atropellos entre la ciudadanía. Son protagonistas de atracos con violencia y alborotos varios, localizados siempre cerca de los centros de acogida donde han sido llevados para su reinserción. El otro día Isabel Díaz Ayuso les echó la culpa de la extensión de la pandemia de la COVID en Madrid. En fin, volvamos al presente.

El mataleón -o llave asfixiante- es el arma más común de los citados MENAS. Según vas caminando recibes el ataque por la espalda que te deja sin oxígeno, para luego desvalijarte. Son micurrias que no levantan un palmo del suelo, pero que han memorizado la oración fúnebre del capitalismo y de su efecto llamada. La necesidad de poseer lo que otros tienen, y que les ha sido negada desde la otra orilla, es lo que les mueve a delinquir en una sociedad levantada con los cimientos de la injusticia. No es algo nuevo.

En Galicia, más concretamente en Benposta, Orense, durante el franquismo se edificó la utopía. Jesús César Silva Méndez, el Padre Silva, construyó una ciudad donde la revolución no fue la prostituta de siempre que espera al cliente al final de la barra. Para nada. Revolución, como sinónimo de transformación plena, fue lo que hizo que miles de huérfanos fueran acogidos en la Ciudad de los Muchachos, un espacio libre donde el pacifismo y la cooperación fueron valores que arraigaron en los chicos difíciles de entonces. Algo más que un orfanato donde los más hábiles despuntaron como integrantes de un circo itinerante.

Durante una de sus actuaciones en León, un inquieto estudiante de arquitectura con sensibilidad poética quedó prendado con la utopía hecha realidad del Padre Silva. Aquel joven, Alberto Muñiz, que con el tiempo sería conocido como tío Alberto, fue a vivir a Benposta, donde se dedicó a experimentar con otros mundos posibles desde la justicia social.

Con estas cosas, un día Alberto Muñiz dejó Benposta y se puso en Madrid donde compró tres hectáreas de terreno en la escombrera de Leganés, para levantar en ellos una ciudad siguiendo el modelo del Padre Silva; la creación de un lugar libre con sus particulares reglas de juego, así como con su ayuntamiento y su moneda propia.

En los años 80, un micurria de Getafe que sólo daba dolores de cabeza a sus padres, recaló allí. Juan Carlos Delgado era conocido como el Pera por su abrigo loden, robado a otro chico que esperaba el autobús un día de frío. El Pera formaba parte de una banda de atracadores, menores de edad, que se dedicaban a asaltar pisos, joyerías y bancos, burlando a la policía de la época que no podía alcanzarlos cuando él mismo se ponía al volante. Tiene sus memorias escritas. Se titulan "Volando voy" y son todo un testimonio de aquellos años en los que en España se podía hacer rico cualquiera, a decir de un ministro de cuyo nombre no guardo memoria.

En su libro, Juan Carlos Delgado cuenta sus encuentros y desencuentros con los maderos. También cuenta las fugas de los reformatorios, los atracos y los robos a los coches donde se ponía al volante para salir de naja.

Las estructuras sociales de entonces, al igual que las de ahora, provocaban desajustes entre los más desfavorecidos. Esto, unido a la llegada de la heroína a todos los rincones, hizo de nuestro país un lugar donde el futuro no existía. De existir estaría situado en los cementerios.

El tío Alberto y su ciudad utópica enseñaron al Pera y a otros tantos que las concesiones a la necesidad del consumo son trampas de un sistema donde las relaciones humanas están falsificadas, y donde los escaparates provocan la ansiedad de las clases más desfavorecidas.

El Padre Silva y el tío Alberto demostraron que en una sociedad de consumo, la infelicidad se encuentra a la distancia de un gargajo. Pero sobre todo, demostraron que el mayor delito, origen de los demás delitos, es la injusticia social.