Con la publicación de “La riqueza de las naciones”, en 1776, el aduanero Adam Smith fundó la ciencia económica, convirtiendo así la avaricia en virtud, y el mercado en una institución con sentido místico; un espacio donde los ajustes quedarían al libre albedrío de la mano invisible.

De esta manera, el sentido mercantil del proceso histórico irá absorbiendo derechos para convertirlos en mercancía. El derecho a la información ha sido uno de tantos. Con ello, el criterio cuantitativo de la información es el criterio dominante en nuestros medios.

Una información tiene o no tiene valor dependiendo del sentido mercantil que las élites quieran dar a dicha información; no sé si me explico. Por si acaso, sirva de ejemplo el lío montado por los trapis de Juan Carlos de Borbón; golferías que siempre han sido moneda de cambio popular en el día a día de un pueblo que no merece tanta desvergüenza.

Hasta hace poco, no se había visto el momento de presentar dichos trapis como información con valor de cambio. Es más, la fuga de Juan Carlos de Borbón al extranjero ha sido presentada como exilio, de igual manera que lo que antaño fue avaricia hoy se presenta como ahorro por la bendición de un mercado donde la mano invisible quita y pone valor a la mercancía.

Hace ya unos años, Gregorio Morán, en su ensayo dedicado a la figura de Adolfo Suárez (Debate), presentó una carta que manifiesta la desvergüenza con la que se fundó nuestro periodo constituyente; una etapa que no fue otra cosa que un pasar página para salvar a las clases dominantes de sus delitos de sangre y, con ello, colocar a sus descendientes en una recién nacida -y mal llamada- democracia.

La carta fue encontrada después del derrocamiento del Sha de Persia, Rezza Palevi, y viene remitida por el entonces rey de España, Juan Carlos I. En la citada carta, Juan Carlos le pide 10 millones de dólares al Sha para montar nuestra democracia. Trae fecha del 22 de junio de 1977 y aquí va al completo:

Mi querido hermano:

Para empezar quisiera decirte cuán inmensamente agradecido estoy por que hayas enviado a tu sobrino, el príncipe Shahram, a verme, facilitándome así una respuesta rápida a mi petición en un momento difícil para mi país.

Me gustaría a continuación informarte de la situación política en España y del desarrollo de la campaña de los partidos políticos, antes, durante y después de las elecciones.

Cuarenta años de un régimen totalmente personal han hecho muchas cosas que son buenas para el país pero al mismo tiempo dejaron a España con muy deficientes estructuras políticas, tanto como para suponer un enorme riesgo para el fortalecimiento de la monarquía.

Después de los seis primeros meses de gobierno de Arias, que yo estuve igualmente obligado a heredar, en julio de 1976 designé a un hombre más joven, con menos compromisos, a quien yo conocía bien y que gozaba de mi plena confianza: Adolfo Suárez.

Desde aquel momento prometí solemnemente seguir el camino de la democracia, esforzándome siempre en ir un paso por delante de los acontecimientos a fin de prevenir una situación como la de Portugal que podría resultar aún más nefasta en este país mío.

La legalización de diversos partidos políticos les permitió participar libremente en la campaña electoral, elaborar su estrategia y emplear todos los medios de comunicación para su propaganda y la presentación de la imagen de sus líderes, al tiempo que se aseguraron un sólido soporte financiero.

La derecha, asistida por la banca de España; el socialismo, por Willy Brandt, Venezuela y otros países socialistas europeos; los comunistas, por sus medios habituales.

Entretanto, el presidente Suárez, a quien yo confié firmemente la responsabilidad del gobierno, pudo participar en la campaña electoral sólo en los últimos ocho días, privado de las ventajas y oportunidades que expliqué ya anteriormente y de las que se pudieron beneficiar los otros partidos políticos.

A pesar de todo, solo, y con una organización apenas formada, financiado por préstamos a corto plazo de ciertos particulares, logró asegurar una victoria total y decisiva.

Al mismo tiempo, sin embargo, el partido socialista obtuvo un porcentaje de votos más alto de lo esperado, lo que supone una seria amenaza para la seguridad del país y para la estabilidad de la monarquía, ya que fuentes fidedignas me han informado que su partido es marxista. Cierta parte del electorado no es consciente de ello y los votan en la creencia de que con el socialismo España recibirá ayuda de algunos grandes países europeos, como Alemania, o en su defecto de países como Venezuela, para la reactivación de la economía española.

Por esa razón es imperativo que Adolfo Suárez reestructure y consolide la coalición política centrista, creando un partido político que sirva de soporte a la monarquía y a la estabilidad de España.

Para lograrlo, el presidente Suárez claramente necesita más que nunca cualquier ayuda posible, ya sea de sus compañeros o de países amigos que buscan preservar la civilización occidental y las monarquías establecidas.

Por esta razón, mi querido hermano, me tomo la libertad de pedir tu apoyo en nombre del partido político del presidente Suárez, ahora en difícil coyuntura; las elecciones municipales se celebrarán dentro de seis meses y será ahí más que nada donde pondremos nuestro futuro en la balanza.

Por eso me tomo la libertad, con todos mis respetos, de someter a tu generosa consideración la posibilidad de conceder 10 millones de dólares como tu contribución personal al fortalecimiento de la monarquía española.

En caso de que mi petición merezca tu aprobación, me tomo la libertad de recomendar la visita a Teherán de mi amigo personal Alexis Mardas, que tomará nota de tus instrucciones.

Con todo mi respeto y amistad.

Tu hermano,

JUAN CARLOS

Con aquellos 10 millones de dólares empezó el trapicheo de una monarquía hoy representada por Felipe VI, jefe del Estado y de los ejércitos, heredero de un trono que restauró Francisco Franco en nombre de la patria, pues, como dice la Historia, la II República fue tocada de muerte un mal día de 1936, cuando los militares se levantaron en un golpe de Estado, masacrando al pueblo y dejando este país como un erial donde difícil es que crezca algo hermoso sin que sea pisoteado.

Porque el ejército no está para hacer desfiles, ni para ayudas humanitarias. En un sistema capitalista como el que padecemos, el ejército es la membrana que defiende la célula económica, es decir, la fuerza que protege a las élites. Por eso mismo, el banquero Juan March promovió el golpe de Estado de 1936, porque la economía durante la II República se estancó y el capital, si no se menea, si no se mueve, entra en crisis.

De igual manera, fue el mismo Juan March quien años antes conspiraría contra Alfonso XIII. Para que abdicara y llegase la República, ya que, después del desastre del Annual, la economía española empezó a agonizar. Una década después del desastre en el norte de África, se necesitaba un recambio político para dinamizar nuestro mercado. Por eso llegó la República.

Con ello, lo que vengo a decir es que nunca el pueblo pone la guillotina a un rey, en todo caso se la pone el mercado, esa institución cuyo sentido resulta tan peligroso en el capitalismo que puede llevarnos a la catástrofe. Dicho de otra manera, la República es asunto de la mano invisible, la misma mano encargada de mantenernos informados.

Así de duro.