Hay una expresión castellana que viene de perlas para el tema que vamos a tratar hoy; me refiero al dicho "marear la perdiz", que sirve para decir que se están dando demasiados rodeos y que no se está encarando el asunto de manera honesta.

Se trata de una estrategia para agotar y dispersar a la víctima, en este caso a las víctimas, puesto que con nuestra clase política -de tan poca clase- la ciudadanía entera pasa a convertirse en perdiz. Pero no mareemos más y vayamos al grano, pues con los incendios se ha puesto de nuevo en práctica lo que arrancó con la pandemia; ese echarle la culpa al 'boogie' tras una catástrofe.

Pasada la pandemia lo vivimos con la DANA y ahora con los incendios. Desde el Gobierno central se acusa del desastre a los gobiernos de las comunidades autónomas, y desde los gobiernos de las comunidades autónomas se acusa al Gobierno central. Y con este ir y venir de acusaciones, el pueblo se divide, unos le dan la razón al Gobierno central y los otros se la dan al gobierno autonómico. Porque las culpas no se reparten y de esta manera, con el mareo de perdiz, las responsabilidades se eluden y el marrón, en vez de recaer en los/las responsables, se queda disperso. Juegos sucios de nuestros políticos que siguen sin representarnos, ni por un lado ni por el otro. Pero es lo que hay, que dicen por aquí.

Y yo me pregunto: si la culpa es de los gobiernos autonómicos, por qué el Gobierno central no quita las competencias a dichos gobiernos autonómicos. ¿No será que interesa que esto siga siendo así? En fin, no quiero ser malpensado, pero Sánchez -sin cambiarse de camisa- ha pedido un "pacto de Estado" con las distintas fuerzas políticas. No sé si al citado pacto habrá invitado a las entidades con mayor liquidez de nuestra economía, me refiero a las que cotizan en el Sistema de Interconexión Bursátil Español, léase Ibex 35, el verdadero poder que es el que mantiene a Sánchez en el gobierno junto con la Unión Europea, la OTAN y las demás sopas de siglas que apuntalan un gabinete al servicio del Capital.

Por lo dicho, y como toca mencionar un libro que tiene que ver con la actualidad, esta vez ha tocado un clásico. Escrito por Ray Bradbury a principios de los años cincuenta, Fahrenheit 451 (Minotauro) es una historia distópica donde los libros arden y los encargados de quemarlos son los propios bomberos.

Aquí no andamos muy lejos. Por lo que se ve hay personas encargadas de extinguir incendios que los provocan. Lo hacen, según parece, para poder seguir trabajando y llevar dinero a casa. No creo que existan palabras para describir lo que uno siente cuando se entera de estas cosas, pero si he de utilizar otra expresión castellana para manifestarlo esta es, sin duda, la de "echarse al monte".

Créanme, me entran ganas de echarme al monte con una escopeta de postas loberas; lo que sucede es que luego cojo un libro y la rabia se me pasa. Y esta vez el analgésico ha venido de la mano de Ray Bradbury con esta novela que cuenta un mundo que no tardará en llegar si seguimos dejando nuestro destino en manos de unas personas tan poco humanas que no existen como personas, y que sólo lo hacen como siglas de corporaciones criminales que nos están sangrando.