Hay padres que quitan pañales. Hay padres que se saben de memoria el calendario de vacunación. Hay padres que cortan las uñas de los bebés. Hay padres que emparejan calcetines. Hay padres que sueñan con dormir del tirón. Hay padres que ejercen por elección. Hay padres que tienen apego. Hay padres que calman a los bebés por las noches. Hay padres que saben qué han comido en el colegio. Pero nadie los ve. Porque no se dejan ver.

Ahora que comienzo a viajar más a Madrid por trabajo, me resulta muy curioso la expectación que genera. Me llegan preguntas del tipo:

-¿Cómo te organizas con las niñas ahora cuando viajas?

-¿Con quién se quedan las niñas?

-¿Y la peque cómo lo lleva?

-¿Cómo lo haces?

Y esto me hace darme cuenta de que nos queda mucho, que avanzamos, pero muy lentamente. También me hace darme cuenta de que tengo a mi lado un hombre unicornio, de esos que existen, pero son pocos y nadie los conoce. No culpo a las mujeres que seguimos preguntando por esto. Culpo a la sociedad y también a ellos por no dar la cara, por no dar un paso al frente y presentarse como hombres corresponsables, como cuidadores y como orgullosos padres visibles.

Nosotras tenemos que seguir dando pasos al frente. Tenemos que visibilizar nuestro papel de mujeres profesionales, que no queremos renunciar, que queremos elegir. Que algunas queremos continuar con nuestra carrera, que otras queremos parar durante un tiempo, que queremos criar, pero que queremos ser reconocidas como creadoras de vida y de futuro, como me decían hace poco mis amigas Laura Rojas Marcos y Anne Igartiburu respectivamente. Que también cuidamos, pero que delegamos, compartimos y buscamos corresponsabilidad en nuestra familia, no solo con nuestras parejas si las tenemos, sino también con nuestros hijos e hijas, con nuestras empresas, con nuestra tribu.

Pero ellos también tienen que dar un paso al frente. Reconocer los privilegios que tienen solo por el hecho de ser hombres y mostrarse en la sociedad como padres que limpian pañales, arrastran ojeras y sueñan con huir. Pero esto NO ocurre en la mayoría de los casos.

Hasta hace poco yo me hubiera sentido culpable de imaginar la estampa de mi pareja yendo al colegio con una preadolescente, una de cinco y un bebé en los brazos para ir dejando a cada una en su clase, antes de comenzar su jornada laboral. Después volver a por ellas, con la merienda preparada y pasarse la tarde entre baños, deberes y cenas. Culpable no ante nuestra familia porque esto no ha sido una imposición de ninguna de las partes, sino un camino construido juntos. Pero sí culpable ante la sociedad.

-¿Qué dirán las madres que no me ven nunca en la puerta del colegio?

-¿Qué dirá la enfermera cuando voy tarde a ponerle la vacuna a la niña?

-¿Qué dirá su familia?

-¿Qué dirán…?

Durante mucho tiempo he cargado con el San Benito de:

-Tienes mucha suerte.

-Es un padrazo.

-¡Y hasta cocina y le hace la coleta a la niña!

Ahora ya no me lamo las heridas de Malamadre. Aunque os he de confesar que aún me siento mal en algunos momentos, pero es que aún hay muchas creencias que tengo que superar. Ya os lo contaré en otro momento.

Pero hoy quiero reivindicar que no queremos hombres que se declaran feministas, no queremos padres que nos apoyan, queremos hombres que reconozcan sus privilegios y padres que hablen de sus miedos, sus sentimientos en la crianza. Queremos hombres que quieran ejercer el derecho de ser padres presentes porque realmente les hace sentir parte de una sociedad corresponsable y porque de verdad quieren disfrutar de la paternidad. No por obligación, sino por responsabilidad.

Haberlos haylos, pero necesitamos que se quiten la máscara y sean referentes, agentes del cambio para que otros les sigan y se despojen de sus prejuicios.