Los datos de la corresponsabilidad no mejoran. Siguen estancados. Las mujeres dedicamos el doble de horas a los cuidados y las tareas que nuestros compañeros. Estos datos empeoran cuando llegan los hijos e hijas al hogar familiar. Ellos van ocupando más espacio, pero se centran en las tareas visibles, aquellas que tienen más reconocimiento social y no generan la dichosa carga mental.
Tengo la teoría de que en verano la corresponsabilidad no es que no mejore, es que empeora. Porque, al día a día, añadimos nuevas tareas que cargamos principalmente las mujeres. Y si no, decidme…
¿Habéis visto a muchos hombres llegar a casa de un día de playa y enjuagar todos los bañadores de la familia?
¿Habéis visto a muchos hombres planificar el tetris de campamentos de verano?
¿Habéis visto a muchos hombres estar pendiente de cuándo lavar las toallas de la piscina, de echar crema a los niños cada cierto tiempo o llevar fruta pelada para media mañana?
Os pongo una situación bastante gráfica que puede ocurrir en cualquier casa. Son las 10 de la noche, de un sábado o domingo de verano, acabáis de llegar de un día intenso de playa, de campo y familia o de un cumpleaños infantil de los que se alargan. Las niñas llegan sudadas o con los pies negros de haberlo dado todo. Tú con una bolsa enorme con todo, llena de arena y tuppers sucios. ¿Qué haces nada más llegar? Te encargas de ellas, le lavas los pies o las bañas, según el nivel de suciedad y la hora que sea, les pones los pijamas, te encargas de que se laven los dientes, se acuesten y entonces ya, en ese momento en el que todo se calma y parece controlado, pasas a cuidar de tus necesidades personales. Este hecho cotidiano de anteponer las necesidades de los hijos o hijas a las tuyas es lo más común para cualquier madre. Y no, no es una cuestión de biología, como muchas veces nos hacen creer.
Las madres no tenemos un chip instalado que nos avisa de estas necesidades, lo tenemos interiorizado como una responsabilidad de cuidado, que en muy pocos casos se comparte.
Estos días de vacaciones estuve observando a las parejas de bebés que había en el hotel. Ellas, las madres, estaban agotadas, sus caras eran de cansancio extremo y ellos acompañaban, "ayudaban", jugaban, pero no llevaban este gesto que, además de cansancio, parecía de cabreo constante. Una de estas madres iba delante de mí una mañana y decía alto y claro: "No puedo más, es que estoy agotada, no puedo ir más rápido", mientras el padre llevaba el carrito del bebé. Escuchar a una madre así de cabreada mientras el padre lleva al bebé en silencio incomoda, nos hace sentir que es injusta, "¿cómo no es feliz con ese bebé rechoncho a su lado?", diríamos.
Como dice Darcy Lockman en su libro Toda la rabia, las madres están agotadas y cabreadas, pero les cuesta compartir su descontento cuando tienen parejas hombres "que ayudan" porque agradecidas por su "suerte" la sociedad les deja claro que podría ser peor.
No hay una solución única porque es un tema estructural, una cuestión cultural, muy profunda, que para cambiarla hay que sacarla de lo cotidiano, de la anécdota, del cabreo puntual de una madre o del cansancio de todas. Hay que poner el foco en entender que si esto pasa solo en una familia es un problema personal, pero si pasa en todas las familias es un problema social.
Por eso, en verano, cuando incluso podemos tener el privilegio de disfrutar de vacaciones en pareja y en familia, la falta de corresponsabilidad se hace más evidente, solo hay que estar atenta en la playa, en la piscina, en el hotel, en la vida de la calle, para verlo claramente.
Echa un vistazo a tu alrededor y me cuentas qué ves.