Los dietistas-nutricionistas no nos cansamos de repetir que hay que quitarse de la cabeza el concepto "estar a dieta". Que lo que funciona es plantearnos que tenemos que cambiar de hábitos, de una forma progresiva, realista, y en consonancia con nuestras necesidades de nuestro día a día. Donde todo está permitido, pero donde hay que aprender a saber situar los alimentos en importancia y frecuencia.

Ni siquiera los realfooders acérrimos viven sin un 10% de ultraprocesados. Porque comer es un placer, y cuando deja de serlo, lo normal es que no duremos mucho. Por muy sano lo que sea que estamos comiendo. Comer, relacionarnos y el sexo dan placer porque son fundamentales para la supervivencia de la especie. Nuestro cerebro lo sabe, y nos recompensa cada vez que lo hacemos con sensaciones placenteras.

Evidentemente no podemos vivir vertiéndonos solo a lo que nos da placer, ya que un exceso de cualquiera de las tres (comer, relacionarnos y el sexo) puede acabar en un trastorno y problema. Pero no podemos luchar contra la biología del ser humano. Una dieta que no tenga esto en cuenta está abocada al fracaso.

Desde esta premisa no nos sorprende que, en 2014, la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (Seedo), arrojara los siguientes datos: el 75% de los adultos en España ha intentado adelgazar en algún momento de su vida (no sorprende vistas las cifras de obesidad y sobrepeso que tenemos en nuestro país), y que sólo dos de de cada diez personas que comienza una dieta consigue perder peso. El resto acaba por abandonarla.

Mentiría si dijera que hay un solo motivo. De hecho, cuantos más estudios leo sobre el tema, más motivos descubro. Como diría mi madre, cada persona es un mundo. Pero hay factores en común que encuentro y que hacen que acabemos por abandonar nuestro propósito de "comer bien" o de "perder esos kilitos".

La monotonía. O, dicho de otra manera, no saber cómo comer bien. Cuando preguntas a alguien qué es comer bien, puedo resumir la respuesta en lo que llamo "la dieta PP": Plancha-Pechuga. Súmale ensalada, yogur desnatado, o lo "de siempre" cuando te quieres poner a dieta. No solo es que la preparación sea aburrida y poco apetecible (ya hemos hablado antes de lo importante que es el placer a la hora de comer) sino la monotonía. La repetición de una y otra vez los mismos platos.

Acelgas hervidas, pechuga de pollo a la plancha, pescado hervido, judías verdes, ensalada para cenar. Algo que me ha sorprendido mucho a raíz de haber sacado un libro donde explicábamos cómo ordenar los menús semanales es que la gente no tiene repertorio. Cuando les dices "hay que comer más verdura", automáticamente se van a las dos o tres preparaciones básicas: hervido, vapor y ensalada.

¿Cuál es el riesgo? Lo que se denomina como "fatiga del sabor". De forma muy resumida: nos acabamos "aburriendo" de comer siempre lo mismo. Por mucho que te encante lo que comes. De hecho, es la base de muchas dietas monotemáticas como "la dieta de la sopa", la de la alcachofa, el sirope de Arce, etc. Comer siempre lo mismo, un día tras otro, acaba por generarnos rechazo. Por muy conscientes que seamos de que es lo mejor para nosotros.

¿Es porque somos "débiles"? No. Es un mecanismo de defensa del cuerpo. Cuando nuestro organismo detecta que estamos comiendo siempre lo mismo acaba por aborrecerlo. Como defensa a generarnos deficiencias nutricionales porque, al comer solo una cosa, no comemos otras. Y el mejor que nadie sabe que somos omnívoros. Necesitamos comer de diferentes fuentes de alimentos para tener todos los nutrientes que necesitamos. De hecho, siempre les digo lo mismo a quién me pregunta si la dieta del (pomelo, alcachofa, sopa, etc.) funciona. Si. Y la de la hamburguesa, el chocolate, las gambas. Comer siempre lo mismo acaba cansando y prefieres no comer a volver a probar ese alimento.

Tal es así, que la fatiga del sabor, además de ser una de las causas más frecuentes del abandono de una dieta, es un gran problema para los pacientes que toman suplementos nutricionales orales en los hospitales. Pacientes que, por alguna causa, no es suficiente lo que comen para cubrir sus necesidades y se les refuerza total o parcialmente con los famosos “batidos”. Normalmente con sabor chocolate, vainilla, fresa, café, o similares.

¿Cuál es el problema de tomar batidos de chocolate? Que lo tienen que hacer varias veces al día, durante semanas, meses, muchos meses. Y el cuerpo acaba por preferir no comer a tomar otro batido más, por muy indulgente que sea el sabor.

De ahí lo importante de que cuando vamos a ponernos a dieta, tengamos a mano libros de recetas, consejos de profesionales y ejemplos de todo lo que se puede hacer con los alimentos sin acabar con la plancha 24 horas encendida. Que está bien para un día, pero que necesitamos aprender a cocinar de forma que no me genere rechazo lo que voy a comer. Dicho de forma simple: comer bien no es castigarse y olvidarse de disfrutar comiendo.