La muchacha salió a fumar a la puerta del bar dejando a sus amigos dentro. Momento que aprovechó el mastuerzo de turno para manosear y acosar cobardemente a su desprevenida víctima.

Unos gruñidos entre vapores etílicos, unos zarpazos imprecisos y el gañán salió en estampida antes de que la cuadrilla de la acosada la echará de menos. Afortunadamente la víctima no estaba tan desvalida y echó rápida mano al móvil para denunciar el acoso a través de una aplicación.

Minutos después el tipo era detenido y trataba de excusarse sobre el capó del coche patrulla con las memeces de siempre: que si la alegría de las fiestas, que si me he tomado unas cañas y no controlo, que si ella malinterpretó mi mano en sus pechos... un triste clásico de toda fiesta popular que además de combatirse con educación y agentes de paisano, podría reducirse si el resto de parroquianos de la verbena somos algo solidarios y no permitimos comportamientos machistas.

Recriminar a ese colega alicorado que "piropee" a voces a unas crías nos puede hacer mejores como personas. A nosotros y al colega. Preguntar si están bien a unas jóvenes acosadas por un grupo de pelmas puede evitar que futuras manadas se sientan impunes.

Tener empatía en fiestas con nuestras compañeras puede ayudar a que ellas disfruten más seguras, los cafres no tengan opciones de actuar... y nos sintamos algo más útiles mientras encadenamos el enésimo baile del verano katxi en mano.