Granos en el mentón, comedones en las mejillas o espinillas en la nariz. Uno de los daños colaterales del uso recurrente de mascarillas es el acné.

Desde el comienzo de la pandemia de Covid-19 el 80% de los sanitarios padece problemas dermatológicos en el rostro causados por el uso prolongado de mascarillas. Uno de los más frecuentes es el acné, seguido de dermatitis irritativa de contacto, dermatitis atópica y rosácea, entre otros. El uso obligatorio de mascarillas ha extendido este problema a toda la población. En este artículo veremos qué es el acné, por qué las mascarillas hacen que te salgan granos, cómo prevenirlo y cómo tratarlo. Hay varias maneras de abordar el problema, pero ninguna de ellas pasa por dejar de usar mascarilla. La mascarilla es fundamental para evitar la transmisión de coronavirus.

¿Qué es el acné?

Existen varios tipos de acné, aunque el más frecuente se da en la pubertad debido a los cambios hormonales. Las hormonas llamadas andrógenos se encargan de establecer la comunicación entre las glándulas sebáceas —las que generan el sebo de la piel— con los folículos —pequeñas aberturas de la piel por las que se secreta el sebo—. La mala comunicación entre las glándulas sebáceas y los folículos trae como consecuencia el acné.

Normalmente, el sebo protege la piel con una capa resistente al agua, pero los cambios hormonales provocan que la secreción se acelere y la piel se vuelva más grasa. Las capas externas de la piel se vuelven más gruesas y densas (hiperqueratosis) influidas por las mismas hormonas. El resultado es que los folículos se obstruyen con una mezcla densa de células y sebo. Se forman los "puntos negros", en los que la mezcla se oscurece por oxidación al entrar en contacto con el aire, o los "puntos blancos", recubiertos por la superficie de la piel, más conocidos como "espinillas".

Aquí es donde la bacteria cutibacterium acnes cobra protagonismo. Esta bacteria se multiplica en ambientes poco aireados, como los poros obstruidos, causando inflamación. Las consecuencias son un aumento de granitos enrojecidos, pústulas o incluso lesiones severas y profundas llamadas nódulos y quistes.

Las células encargadas de eliminar los residuos, los macrófagos, acaban con los tejidos dañados y estimulan la piel para que repare el daño. Esto lleva desde algunos días hasta semanas, según la gravedad del acné.

Esta secuencia de acontecimientos —aumento de la secreción sebácea, hiperqueratosis y proliferación bacteriana— no solo es consecuencia de los vaivenes hormonales, sino que también se produce por el uso frecuente de mascarillas. Se conoce como acné mecánico o acné de fricción.

La presión de la mascarilla contra el rostro, la fricción con la piel, el sudor y el ambiente húmedo y poco aireado debido al aliento y la saliva que se acumula en el interior de la mascarilla dan como resultado unas condiciones idóneas para que se produzca un brote de acné.

Cómo tratar el acné por mascarilla

Lo primero es hacer un buen diagnóstico y descartar que se trate de otra patología. Para ello es conveniente acudir a la farmacia o al médico de cabecera, donde podrán aconsejarte sobre el problema y derivar al dermatólogo si fuese necesario.

Si se trata de un brote de acné puntual debido al uso de mascarilla, lo conveniente es optar por cosméticos específicos que por un lado mantengan la hidratación, y por otro espacien los brotes y minimicen los daños. Son habituales las formulaciones que contienen niacinamida —con efecto antiinflamatorio y calmante—, piroctona olamina y glicacil —para luchar contra la proliferación bacteriana—, procerad —una ceramida que evita las irritaciones y las marcas del acné—, zinc PCA —astringente que regula la producción de sebo con acción antibacteriana—, LHA, ácido linoleico y ácido salicílico —microexfoliantes con acción queratolítica que evitan el engrosamiento de la piel—.

Hay otros tratamientos tópicos contra el acné con ingredientes algo más agresivos, como el peróxido de benzoílo y los retinoides. En ambos casos hay que tener especial cuidado con las concentraciones, ya que son sustancias corrosivas para la piel. Es preferible comenzar con concentraciones muy bajas e ir aumentando progresivamente si es necesario. En ambos casos es aconsejable que un sanitario haga un seguimiento del tratamiento.

El mecanismo de acción del peróxido de benzoílo consiste en que es un agente bactericida, mata a la bacteria responsable del acné. También reduce la inflamación y exfolia las células muertas. La principal desventaja es que puede dejar la piel enrojecida, irritada, con sequedad y con descamaciones superficiales visibles.

Los retinoides son compuestos derivados de la vitamina A que han dado muy buenos resultados contra el acné. El mecanismo de acción principal es que ayudan a exfoliar las células superficiales que obstruyen los poros. La desventaja es que si la exfoliación es agresiva pueden fotosensibilizar la piel. Por eso es recomendable utilizarlos por la noche o en productos cosméticos formulados con protección solar. Otros ingredientes que funcionan por un mecanismo análogo y que pueden resultar menos agresivos que los retinoides son el ácido glicólico y el azelaico, que se encuentran tanto en cosméticos en crema como en lociones y tónicos.

Tanto para tratar el acné como para prevenirlo, la limpieza es fundamental. Lo ideal es utilizar un gel limpiador entre dos y tres veces al día, con un pH ligeramente ácido, cercano al pH de la piel. Los jabones con pH elevado pueden producir disbiosis, es decir, alterar el microbioma de la piel y empeorar el problema. Otra consecuencia del uso de jabones con pH elevado es que arrastran el manto lipídico, lo que trae como efecto secundario una mayor producción de sebo. En el mercado hay geles limpiadores específicos para prevenir y tratar el acné. En lugar de jabones suelen contener tensioactivos suaves que respetan el manto lipídico como por ejemplo el sodium laureth sulphate, astringentes y antibacterianos como el zinc PCA, y agentes calmantes e hidratantes.

Si el problema de acné es severo y persistente, el tratamiento deberá pautarlo un médico. Los más habituales incluyen antibióticos y isotretinoína.

Cómo prevenir el acné por mascarilla

En primer lugar hay que mantener la limpieza de la piel usando cosméticos suaves que no contengan jabón. En segundo lugar hay que respetar los tiempos de uso de las mascarillas. La mayoría de las mascarillas tienen un tiempo de uso máximo de cuatro horas. Si utilizas quirúrgica, tras cuatro horas de uso debes cambiarla por una nueva. Si utilizas mascarilla higiénica reutilizable, debes lavarla siguiendo las instrucciones y cambiarla por una limpia. En ningún caso el acné es excusa para no utilizar mascarilla. El uso de mascarillas es obligatorio, ya que es una de las medidas fundamentales para prevenir la transmisión de coronavirus, además de la distancia de seguridad y la higiene de manos.

En el interior de las mascarillas se acumula sudor, saliva y microorganismos, entre ellos la bacteria del acné. Entre la humedad y el calor, usar durante horas la misma mascarilla facilita la proliferación de microorganismos y la degradación de materia orgánica, creando un caldo de cultivo ideal para los brotes de acné. Por eso las mascarillas que son lavables (higiénicas reutilizables que cumplen la UNE 0065) han de lavarse siguiendo escrupulosamente las instrucciones: como lavar en la lavadora a 60ºC con detergente suave. De esta manera eliminamos los microorganismos patógenos y los restos de materia orgánica. Ocurrencias como desinfectar las mascarillas dejándolas al sol o metiéndolas en el horno, además de comprometer la eficacia de la mascarilla, no eliminan ni los microorganismos ni la materia orgánica, por lo que podrían agravar los brotes de acné. Tampoco deben desinfectarse con alcohol, ya que es un compuesto altamente deshidratante que en contacto con la piel puede causar quemaduras, destrucción del manto lipídico y agravar el acné por fricción.

Además del uso de mascarillas, los vaivenes hormonales y el estrés, que son desencadenantes de acné de los que es difícil librarse, hay otros factores que sí es posible controlar. La alimentación es clave es los casos de acné. La evidencia científica al respecto es contundente. Los alimentos con alto índice glucémico, como los que contienen azúcares añadidos y harinas refinadas, aumentan la concentración de insulina, estimulan la producción de sebo y favorecen la glicación. Todo ello genera un cóctel bioquímico cuya consecuencia es el acné.

Por eso para prevenir el acné se recomienda prescindir de esta clase de alimentos: bollería, refrescos azucarados, siropes, harinas refinadas... Por otro lado, algunos alimentos que tienen mala fama, como el cacao o la leche, no han demostrado guardar ningún tipo de relación causal con el acné.

Otro mito muy extendido sobre el acné es cómo le afecta la radiación solar. Tomar el sol ni reseca los granos ni los cura. Es cierto que el bronceado puede disimular algunas marcas, pero la realidad es que la radiación ultravioleta empeora el acné. Los efectos desecantes del sol aceleran la producción de sebo e inducen el engrosamiento de la capa externa de la piel, lo que obstruye los poros e impide que el sebo se libere adecuadamente. Para evitar esto, es necesario utilizar productos de protección solar específicos para pieles con acné con ingredientes activos y formulaciones no comedogénicas.