En ocasiones mantener una ideología consolidada y férrea y una lealtad a unos preceptos y valores dificulta la labor de elegir a quién votar en unas elecciones con tantas opciones y tan poco diferenciadas. Y, por qué no decirlo, tan poco apetecibles. En estas vicisitudes existe una estrategia que ayuda a encontrar el voto instrumental que mejor se adecúe al difícil marco que cualquier persona fuertemente ideologizada impone a los partidos para darles su confianza. Consiste en reducir cualquier conflicto o problema político y social hasta convertirlo en una ecuación dilemática. La mía es sencilla, se reduce a diferenciar entre aquellos partidos que hablan de los impuestos como una carga y proponen como solución única para todo reducirlos y el resto. En el resto está mi opción. Jamás votaré a ningún partido que proponga reducir impuestos. Nunca.

El discurso de la reducción de impuestos puede resultar apetecible para cualquier ciudadano. Todos torcemos el gesto cuando llega el recibo del IBI o tenemos que hacer la declaración de la renta y nos sale en positivo. Incluso hay quien considera este discurso un relato transversal que tiene acogida en cualquier partido de cualquier ideario. Sin embargo, no hay medida más reaccionaria, regresiva y antisocial. No existe mejor mecanismo de incremento de la desigualdad y mayor herramienta de beneficio para el capital que la reducción de impuestos. Por eso se propone de manera sistemática desde aquellos partidos que se autodefinen como liberales pero no son más que servidores del rico y del gran poder.

La izquierda tiene guardada en su memoria política muchas derrotas. Una de ellas, no menor, es fracasar en su capacidad para transmitir lo falsario y perverso del discurso de la reducción de impuestos para encontrar la solución a cualquiera de los problemas sociales. Hace solo un par de semanas algunos tomaban como referencia y ejemplo a seguir la medida tomada por el gobierno portugués para reducir la tarifa de la luz. Cabría suponer, viendo el entusiasmo con el que se recibió la noticia en la izquierda patria, que en Portugal se había nacionalizado el sector eléctrico o se había impuesto una reducción significativa de los beneficios empresariales. Pero no, simplemente la medida estrella era la reducción de impuestos en uno de los tramos de la factura eléctrica. La izquierda vendiendo como éxito que un gobierno progresista había tomado una medida liberal que dejaría con menos recursos los servicios públicos a costa de una reducción mínima en la factura eléctrica. Es frustrante observar cómo la izquierda no es capaz de estructurar su relato considerando los impuestos como una inversión para la clase trabajadora.

Porque cada persona trabajadora con pocos recursos cuando paga el dos, el siete, el once o el quince por ciento de su salario no está tirando ni uno solo de sus euros. Está invirtiendo en la única seguridad que sus míseros salarios le van a permitir. La de una sanidad, educación y pensiones que de otra forma solo están al alcance de los ricos. Porque cada persona de humilde casa tiene que defender los impuestos como la única manera que puede garantizarle que sus hijos acudan a una educación de primer nivel. No existe seguro privado de sanidad que pueda asegurar con el coste de un porcentaje mínimo de su salario que un recién nacido prematuro tenga posibilidades de salir adelante, ni el coste de un tratamiento para el cáncer o cualquier enfermedad grave. Ningún banco va a garantizarle pagando un diez por ciento de su salario una pensión que le permita vivir con decencia en los merecidos años de descanso de la jubilación. Cada partido que prometa reducir los impuestos tiene que explicar que lo que propone es mermar estas únicas garantías para las clases populares. Los impuestos son la seguridad en la casa humilde y la posibilidad de una vida digna. La única herramienta existente para rebajar las amplias cotas de desigualdad que propicia la cuna.

La alternativa a los impuestos son la filantropía y la caridad. Las alabanzas a Amancio Ortega por las donaciones en forma de equipos oncológicos de su fundación a diferentes hospitales llevan implícito un mensaje nada inocente directo a la línea de flotación de la credibilidad de los servicios públicos: que el dinero pagado en tributos no está bien invertido y se debería poder elegir dónde y cómo se invierte lo recaudado de nuestras tasas. Amancio Ortega cumple, y de sobra, pagando todos los impuestos que le corresponden. Las administraciones se encargarán de decidir dónde es más necesario cada euro de la hacienda pública. Pero los impuestos no tienen esa capacidad de epatar a la opinión pública, de hacer ver al mundo la caridad y bondad de un hombre de éxito. Si Amancio Ortega o cualquier contribuyente millonario quieren mostrar su aportación a la sanidad pública, que publiquen la declaración de la renta con las contribuciones anuales que corresponden. Basta y sobra. No hace falta caridad, sino justicia social.

El relato liberal de la exención de impuestos como único medio justo de mejora social está basado en un profundo individualismo. Un discurso que elimina la solidaridad del debate público para instaurar que lo que tienes es por tu propio esfuerzo y no por el conjunto trabajo del colectivo. Por eso quieren eliminar el impuesto de sucesiones, porque entronca con un profundo pensamiento egoísta de perpetuación de la desigualdad. El patrimonio heredado no debe dejar nada a los coetáneos. No tiene que aportar a lo común. Pero existe algo mucho mejor que un patrimonio en forma de piso y una pequeña herencia que legar a tus familiares. Si eres una persona humilde que solo aspira a vivir un poco mejor y quieres dejar algo a tus hijos que les permita prosperar, vota a quien prometa subir los impuestos. En las elecciones municipales y autonómicas nos jugamos algo más tangible y concreto que lo dirimido en las pasadas generales. Nos jugamos los servicios públicos.