El personaje más infame de la historia contemporánea de España ha vuelto a hablar. José María Aznar ha pedido una rebelión nacional contra el actual Gobierno por la hipotética aprobación de una ley de amnistía. Una rebelión es un alzamiento violento contra el gobierno con la intención de derrocarlo. Una rebelión nacional solo tiene un referente histórico asimilable y es el que los de su ideología consideran "alzamiento nacional" en 1936. Los palmeros han acudido raudos a quitar hierro a las palabras de Aznar para reinterpretar el significado de su comentario y decir que solo se refiere a movilizaciones. Si Aznar dice rebelión no es rebelión, pero si un independentista sale a manifestarse en medio de la Diada se prepara una rebelión. El peso de las palabras importa y es necesario asumir lo que significa cada comentario o rectificar y disculparse, pero Aznar no lo hará. Porque Aznar nunca se disculpa ni cuando sus decisiones cuestan vidas de españoles. Su soberbia es tan elefantiásica que no es consciente de que cada vez que habla favorece a la izquierda y quiebra a la derecha.

A Aznar solo hay que darle espacio en la opinión pública para que pida perdón por tanto dolor que ha provocado. Sus decisiones equivalen a muerte. El ego y las mentiras de Aznar metieron a España en una guerra en contra de la posición general de la sociedad que se mostró de manera firme en contra de la participación española en la guerra de Irak. Las mentiras para entrar en Irak se han acompañado de las mentiras para intentar transmitir que España nunca participó en el conflicto sobre el terreno.

La desvergüenza de Aznar le hace mantener esa posición después de que tuvieran repatriar a los siete españoles del CNI que murieron asesinados en una emboscada en una carretera de Latifiya. La guerra no solo costó muertes en Irak, sino que Aznar nos trajo la guerra a España y fue el principal responsable de que el yihadismo nos pusiera como un objetivo prioritario. En el funeral de Estado por los atentados del 11M, el hermano de unas víctimas en el atentado islamista se le acercó y le dijo: "Señor Aznar, le hago responsable de la muerte de mis dos hermanos". Una acusación que reafirmaría cualquier ciudadano con un pensamiento crítico que no busque salvar a los representantes públicos de las consecuencias de sus decisiones.

El presidente más nefasto de la historia de España sigue teniendo predicamento entre la derecha, y sobre todo, entre la extrema derecha. Es el gurú de la reacción y por eso sus pronunciamientos tienen influencia en las actuaciones que puedan tener "lobos solitarios" dentro de sus filas. Una voz de Aznar es una llamada a apretar filas y sacar a sus soldados de la reserva. Una llamada a una rebelión nacional tiene mucho más peligro cuando sale de su boca porque hay precedentes en la capacidad destructora que tienen los movimientos del expresidente. El mayordomo del trío de las Azores tiene en su debe la mayor tragedia de la historia de la España democrática, por eso sus llamadas a alzarse son más peligrosas que las que pueda hacer un sinsorgo como Feijóo.

Aznar tiene la capacidad de marcar el paso al líder del PP tanto que no tenía pensado convocar ningunamanifestación contra la ley de amnistía y se ha visto obligado tras la intervención del expresidente. La sensación de que Feijóo no controla su propio partido se hace evidente en cada decisión que toma, en esta ocasión, tras haber dado por fracasada su investidura de manera retórica, se ve obligado a hacerlo de manera formal al anunciar una manifestación en Madrid dos días antes de su investidura solo porque Aznar llama a una rebelión e Isabel Díaz Ayuso anuncia que acudirá el 8 de octubre a una acto en Barcelona contra el gobierno. La llamada a la rebelión de Aznar, de forma paradójica, sirve para reafirmar a la izquierda y partirle el espinazo a Feijóo. El vacío de autoridad en la derecha española es tan notorio que cualquier llamamiento a la rebelión tiene visos de prosperar pero en sus propias filas. Nadie cree ya en el liderazgo de Feijóo en la derecha y por eso tiene que ser Aznar el que marque el paso.