Manuel Vázquez Montalbán murió siendo consciente de su origen. Contaba que un tipo como él, nacido en la calle de la Botella, notaba cuando cruzaba Gran Vía de Les Corts que aquello era otra ciudad y los que por allí andaban no eran de los suyos. Los distinguía, se conocía extraño. La clase desarrolla un olfato que cuando se acompaña de la conciencia del hecho propio ayuda a identificar a los de signo distinto. Te sabes ajeno en entornos en los que los comportamientos exudan clasismo y las actitudes emanan elitismo. Lo hueles.

El fichaje estrella de Ciudadanos, Marcos de Quinto, es uno de esos próceres de clase que desprenden ese aroma identificable para los que se han criado en un entorno humilde. No engaña, aunque lo intente. Puede acercarse a adular tu entendimiento con dulces palabras para apaciguar tu crítica. Lo conseguirá en muchas ocasiones con aquellos que se dejan deslumbrar con facilidad con las luces del poder y el dinero. Enarbolar el éxito sin reconocer los privilegios de cuna para lograrlo es un mal endémico de nuestro tiempo que es fácilmente admirado por los acomplejados que desprecian el verdadero esfuerzo, el que acaba sin recompensa. El de los que nacieron sin nada y mueren sin nada habiéndose dejado la salud y la mente en cualquier tajo.

De eso saben en Fuenlabrada. De matarse a trabajar para gastar los últimos años de su vida en defender su propia subsistencia. Su puesto de trabajo. El patrón, Marcos de Quinto, insiste enseñando su libro a todo aquel que le culpa del ERE en Coca Cola que él no fue el responsable. Obviamente, la labor de la embotelladora y su responsabilidad en la multinacional americana eran distintas. Pero tuvo claro de qué lado ponerse. No titubeó para defender la trinchera de clase adecuada. La suya, la que le pertenece y defiende amasando una gran fortuna a costa de subyugar el sustento ajeno. De Quintos no dudó en justificar el despido de cientos de asalariados, de insultarlos llamándolos vagos y privilegiados. De poner la bota en su cuello. Por eso se le distingue aunque hable con lengua de serpiente. Se le ve venir.

Es entonces cuando si no le compras su mercancía de buhonero aparecen los destellos de soberbia. Su desprecio de clase, una oda al alarde del que se cree superior. Exhibir la ostentación como un elemento de distinción. Mostrar lo que vosotros jamás tendréis intentando restregaros vuestras carencias, aquello que no podréis tocar jamás por vuestra exigua posición social. Pobre, no se da cuenta que define su indigencia espiritual. Sus carencias. Lo inane.

Su padre, José María De Quinto, era crítico de teatro. Firmó junto a Alfonso Sastre la declaración del Grupo de Teatro Realista (G.T.R). Realista, de revolucionario. Porque su padre también se mojaba y tomaba parte. Como De Quintos, pero por los oprimidos. Contra el poder. Su familia le proporcionó una tremenda suerte. Un capital que jamás podría comprar con todo el dinero que amase. Tuvo el inmenso privilegio de conocer a Max Aub, a Luis Rosales o Josefina Aldecoa.

Pudo beber de las fuentes de Buero Vallejo. Con todo lo que tiene, con todo lo que ha conseguido, y qué poco le ha cundido.