CRÓNICA

El laberinto subterráneo de Roma: Setas, paganismo y cadáveres

Tras décadas de abandono se ha recuperado y rehabilitado los 35 kilómetros de galerías enterradas de la cantera de la Appia Antigua, ahora bautizada como 'El Laberinto'.

Appia Antica en Roma

Appia Antica en RomaiStock

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Bajo las calles de Roma, a 15 metros de profundidad, se esconde un oscuro laberinto excavado por esclavos que durante dos mil años sirvió a la Ciudad Eterna como cantera, cementerio, templo pagano o criadero de setas, y que ahora los curiosos recorren a pie o en bicicleta.

La antigua cantera acogió, hasta su cierre en 1985, todo tipo de actividades en una vida milenaria que actualmente se rememora en distintos espacios recuperados para la divulgación histórica y en los que se organizan visitas guiadas abiertas a todo tipo de público.

"'El Laberinto' es un lugar con mucha historia, misterioso, oscuro y lleno de galerías. Nosotros siempre hemos tenido claro el potencial de este espacio", detalló el vicepresidente de Subterráneos de Roma, el español Alfonso Díaz.

La Cantera de la Appia Antigua alberga espacios que hacen viajar al pasado a sus visitantes, como la recreación de un templo del mitraísmo, una religión pagana que llegó a Roma durante la época imperial, o un refugio antiaéreo utilizado durante la Segunda Guerra Mundial.

Más allá de la vertiente divulgativa, también se desarrollan actividades lúdicas como excursiones en bicicleta bajo la luz de las linternas, obras de teatro, conciertos o una "escape room" basada en la historia de la Roma Antigua, todas ellas amparadas por la misteriosa oscuridad de los pasadizos de la cantera.

Precisamente, muchos encontraron en la oscuridad de 'El Laberinto' un lugar donde descansar eternamente y es que la muerte también forma parte de la identidad de estos pasadizos, que conectan directamente con las Catacumbas de Pretextato, donde permanecen enterradas miles de personas.

De hecho, más de 750.000 tumbas se amontonan a lo largo de los 170 kilómetros de túneles de las catacumbas de Roma, unos enormes cementerios subterráneos en los que los primeros cristianos enterraban a sus muertos en una época en la que esta religión estaba perseguida.

Pero no solo se han encontrado los restos de cristianos enterrados entre las paredes de las galerías. Sus pasadizos también terminaron con la vida de muchos de los esclavos que las excavaron y de personas que se desorientaron en la absoluta oscuridad y que jamás lograron encontrar una salida.

Alejados de la faceta más mortal de este lugar, en el siglo XX las condiciones de humedad y temperatura constantes favorecieron el florecimiento de la vida gracias a una plantación de champiñones y dieron a la cantera su último gran uso antes de caer en un olvido de cerca de tres décadas.

"La entrada de la cantera estaba completamente llena de zarzas y escondida entre vegetación, para llegar al interior tuvimos que abrirnos paso a machetazos como en una película de Indiana Jones", explicó Díaz.

La ubicación de 'El Laberinto', en mitad del parque romano de la Caffarella, uno de los pulmones verdes de la ciudad, ha ayudado al mantenimiento de los antiguos túneles hasta nuestros días, pero también ha puesto a prueba la resistencia al abandono de sus muros milenarios.

Subterráneos de Roma se ha hecho cargo de reforzar la estructura y de evitar que se sigan produciendo derrumbamientos, causados por la frecuente actividad sísmica de la zona y por las filtraciones de agua que llegan desde los riachuelos que recorren la superficie del parque de la Caffarella.

Por este motivo, algunos de los túneles no son accesibles para los visitantes, ya que han sufrido derrumbes en las últimas décadas y no son seguros para el público.

Del mantenimiento de la kilométrica red de galerías se encargan los voluntarios que conforman Subterráneos de Roma y se sustenta gracias a las visitas guiadas que se ofrecen al público general por 15 euros.

"Gracias a las visitas podemos seguir con nuestras investigaciones de espeleología y, para un futuro, crear un museo de lo subterráneo", explicó el vicepresidente de la asociación.

Por Raül Martínez Mendo

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