La gran protagonista de la política internacional en las últimas horas ha sido una mesa. Concretamente la enorme mesa en torno a la que se reunieron Vladímir Putin y Emmanuel Macron para abordar la crisis de Ucrania, un mueble de casi seis metros de largo.

Más de un analista ha considerado la imagen de la gran distancia entre ambos interlocutores una metáfora de la separación entre Rusia y Francia o entre Rusia y la Unión Europea. Lo ha hecho el diario 'Libération', que jugaba en su portada con esa larga mesa para reflejar lo alejadas que están sus posiciones.

Sin embargo, lo cierto es que esta es la mesa que el mandatario ruso suele utilizar ahora para algunas de sus reuniones internacionales: la empleó también el pasado mes de enero en un encuentro con el presidente de Irán, país con el que Rusia en principio no tiene ningún conflicto grave. Hace solo una semana, Putin también se reunió en torno a este mismo mueble con el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, el gran aliado de Rusia en la Unión Europea. Así, la ya famosa mesa sería la misma para los amigos... y para los no tan amigos.

El Kremlin asegura que la mesa en cuestión se emplea por el coronavirus, para mantener la distancia de seguridad con las visitas. Aunque Putin está vacunado, parecería que desde la llegada de ómicron no quiere arriesgarse a un contagio. Sin embargo, esta teoría de la lucha contra el COVID-19 se tambalea, puesto que hace 15 días se reunió con el presidente de Mongolia en torno en torno a una pequeña mesa de café, la misma que usó para recibir al presidente de Argentina, también el mes pasado. Una mesita baja que ya ha usado en otras ocasiones, por ejemplo para recibir a Nicolás Maduro o durante la visita oficial del presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, a Moscú.

Pero si hablamos de contrastes, la puesta en escena para la última visita de Angela Merkel a Rusia como canciller marcó la diferencia: Putin ofreció un ramo de flores a la mandataria alemana para despedirla. Sin embargo, su relación no ha sido siempre tan cordial: en 2007, Putin se presentó con su labrador, a pesar de que Merkel tiene pánico a los perros. Si el líder ruso lo sabía o no, no está del todo claro.

Más espectacular fue la escenografía que empleó durante la visita del presidente de China, Xi Jinping. En esa ocasión, los acuerdos se firmaron en una impresionante sala. Pero si recibe a un gran amigo, como es el caso del presidente bielorruso, Aleksandr Lukashenko, la cosa cambia: ambos mandatarios han disputado un partido de hockey sobre hielo o compartido un paseo en barco durante sus encuentros. Algo menos aventurero, pero igual de cercano, fue su recibimiento al presidente de Chechenia.

Al fin y al cabo, las imágenes de una recepción oficial no dejan de ser marketing político. Puedes ver todas las que hemos analizado en el vídeo que ilustra estas líneas.