Las dos hijas del hombre acusado de asesinar a su esposa en mayo de 2021 en la localidad de Los Cristianos, en Tenerife, se han referido a su padre durante el juicio en la Audiencia Provincial de Santa Cruz de Tenerife como un "maltratador habitual" y "un auténtico monstruo".
La hija menor hace años que no tiene relación con el acusado. "Siempre nos dio mala vida, siempre nos maltrató", ha aseverado la menor, que ha asegurado que aún así seguía manteniendo contacto con la madre a la que siempre intentaba convencer de que separara.
Recordó cómo le pegaba a la esposa con objetos contundentes por cualquier motivo, también que la encerraba en el baño o cerraba la cocina para que no pudiera comer. "Con nosotras estaba siempre con el puño en alto, las agresiones físicas eran constantes, a mi madre le pegaba si no le gustaba la comida o la ropa y ella agachaba la cabeza porque le tenía pánico. Le dijimos mil veces que lo denunciara pero nunca lo hizo", ha afirmado.
Al contrario fue él quien en una ocasión acudió a la comisaría para decir que su mujer no le daba de comer y lo maltrataba y la respuesta del policía fue instarle a que saliera de las dependencias.
El matrimonio estuvo separado durante tres años y según la hija los abandonó solos y sin dinero, se marchó a las cinco de la mañana pero antes destrozó su cuarto y defecó y orinó en el mismo. Ese día dejó la puerta de la calle abierta "para que entrara a la casa cualquier persona a hacer lo que quisiera".
Además, les escribió una carta de varios folios en los que acusaba e insultaba a su mujer hasta el punto de que un vecino la llevó a un abogado para ver si su contenido podía ser delictivo. El sueldo que ganaba como pescador de atún en Galicia se lo gastaba, según la hija, "en alcohol y en mujeres", por lo que era su esposa la que tenía que mantener a su familia entre otros trabajos limpiando casas.
"Pero encima él la seguía y cuando la veía entrar en algún sitio decía que le estaba siendo infiel. Y eso es mentira mi madre nunca conoció a otro hombre" y señaló que su desconfianza fue tal que llegó a hacerle la prueba del ADN a una de sus hijas para comprobar que efectivamente era suya.
En una ocasión la mujer consiguió un dinero de la venta de una casa y la obligó a que la ingresara en una cuenta común de donde él lo retiraba libremente. Relató también por ejemplo, que una vez salió de la casa a tomar café y él desde la puerta gritó: "La p… se va a la calle".
En las últimas fechas las hijas llamaban constantemente a su madre porque tenían miedo de que finalmente acabara con su vida.
La declaración de la mayor fue en el mismo sentido, con la variación de que dejó de hablarle a su madre durante 21 años porque no entendía que estuviera soportando esta situación. No fue hasta pocos meses antes de su muerte que retomó la relación, en lo que tuvo que ver el tratamiento psicológico que aún recibe.
Indicó que las patadas, gritos y golpes eran constantes hasta el punto de que los vecinos o las hijas que tenían que llamar todos los días a la policía pero ella nunca quiso denunciar y los agentes tampoco podían hacer nada porque no podían entrar en la vivienda.
"Recuerdo que una vez la agarró por los pelos y la arrastró por el suelo y siempre le advertía que no fuera a la policía ni al hospital, por eso ella se curaba con paños de vinagre".
En una ocasión le clavó un tenedor para que dejara de agarrar por el cuello a la madre. Relata que la esposa sentía "un miedo atroz, incluso se metía debajo de la cama en cuanto lo oía venir, la aisló de su familia, los llamaba insultándolos, es un machista, un ser despreciable, un auténtico monstruo, un misógino. Ella tenía que hacerlo todo en la casa y si la ropa no estaba como le gustara le pegaba porque ella estaba para servirlo", decía.
El peor episodio que recuerda es ver a su madre embarazada de ocho meses encogida como un ovillo mientras él le pegaba patadas y la arrastraba escalera para abajo. Cuando se reencontró con ella la vio subyugada, anulada y les dijo que tenía razón cuando le advirtieron que no volviera con él porque nunca iba a cambiar. Así y todo dice de que era "maravillosa, superalegre a pesar de la vida tan desgraciada que llevó. Todavía me pregunto cómo sonreía. Estaba segura de que la iba a acabar matando".
La hija del dueño de la casa en la que vivían en Los Cristianos recuerda que siempre escuchaba gritando al hombre, quizás porque era sordo, pero que el día del asesinato fue diferente porque ella pedía auxilio. Se asomó al patio y la vio ensangrentada intentando cerrar la puerta, sin conseguirlo y entonces no pudo seguir mirando al ver cómo el hombre llevaba un cuchillo.
Subió a la casa del padre que avisó a la policía y pudieron entrar aunque tuvieron que tirar la puerta abajo, los agentes se encontraron el sofá ensangrentado, una tijeras al lado, un reguero de sangre hasta el patio y los dos cuerpos en el suelo.
La razón que dio a los agentes que lo custodiaron cuando fue detenido es que había matado a su mujer porque quería que murieran juntos, y porque estaba seguro que tenía un cáncer en los oídos. Pero en realidad con el mismo cuchillo sólo se hizo heridas en las manos sin gravedad alguna que únicamente requirieron que fueran vendadas.
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