En España, Mar Solo ganaba 600 euros en hostelería y tenía un contrato a media jornada... que no era. Ese salario, ya saben, no da para mucho. De hecho, para poco si hay que pagar casa, suministros y la alimentación de sus dos hijos. Esa desazón, ese futuro incierto que no parecía mejorar, es lo que empujó a Mar a buscarse la vida en el extranjero.
Cogió las maletas, su poca formación en idiomas, pero sus ganas de darle a sus dos pequeños una vida mejor, y viajó, en un principio, a Islandia. Vivía en el norte, con sus carreteras congeladas y, allí, comenzó a trabajar en la cocina de un restaurante "no sabía nada de inglés y cuando me quería comunicar estaba siempre con el traductor del móvil", nos cuenta Mar. Es difícil, pero allí conoció que en Noruega podría ganar más: "Siempre digo que Noruega me ha salvado la vida". Cogió un vuelo y empezó a trabajar en el sur del país nórdico limpiando caballa: "Cuando se lo dije a mi familia no se lo podían creer, ¡yo que nunca he limpiado ni un boquerón!", ha expuesto.
Después de la pandemia, esta malagueña buscó su nuevo trabajo por EURES, un portal de la Comisión Europea para encontrar trabajo. Así que volvió a coger sus maletas y llegó hasta Husoy. Aquí encontró un puesto en el que sala el bacalao que viaja, la gran mayoría, hasta Portugal, el mayor comprador de skrei en salazón.
Desde este pequeño pueblo pesquero de tan solo 300 habitantes, Mar consigue cubrir las necesidades de sus hijos y también los estudios: "Uno de ellos está en la universidad y tenemos que ayudarle en sus gastos y en el alquiler del piso". Está bien, nos cuenta, pero le gustaría volver a España, aunque es algo que ni se plantea; "con mi edad volver, encontrar trabajo y que esté bien remunerado es muy difícil. Prefiero sacrificarme y que ellos estén bien", relata.
Vivir y trabajar lejos de tu tierra es duro, sobre todo, cuando se hace casi por obligación, por buscarte la vida. En la factoría en la que trabajar Mar también trabajan otros españoles, cinco más. Son un grupo de jóvenes de Santander y Málaga que han decidido buscar la forma de ahorrar algo mientras trabajan.
María fue la primera que llegó allí. Conoció a una chica noruega en una discoteca y fue directa, le comentó que había oído que en Noruega se hacía mucho negocio y ella le dijo que, si quería, le conseguiría trabajo. Lo tiene, lleva ya seis años trabajando en la compañía Br. Kalsen.
Tiene 28 años y llegó allí con tan sólo 22, antes había estado en Estados Unidos y le gusta vivir fuera y poder buscarse la vida de esta manera. "Aquí es duro, porque sí, te da para ahorrar, pero no tienes vida", ha indicado. Lo dice porque sus jornadas de trabajo son interminables: comienza a las 7:30 y, asegura, sabe cuándo entra, pero nunca cuando sale. Este horario lo hace así motu proprio, la jornada es hasta las 17:30, pero es a partir de entonces cuando la hora comienza a doblar su pago, unos 30 euros netos por hora_ "En diciembre conseguí unos 4.500, casi 5.000 euros, en enero por el estilo y, este mes, parece que va a ser superior. En abril baja hasta los 3.000". Trabaja toda la temporada del skrei, que va desde enero hasta abril, y algún año ha decidido también quedarse en verano y trabajar en la temporada del salmón, aunque es diferente, dice, "hay un salario fijo".
Con lo que ha conseguido ahorrar, María ha podido comprarse una casa en Santander. Algo que tiene en mente también su pareja, a la que impulsó a acompañarla un año. Ahora, Jaime, lleva ya dos temporadas trabajando en el skrei.
Este malagueño regentaba una clínica de salud y deporte en Murcia, que ha podido dejar a buen recaudo mientras él corta y limpia el bacalao premium: "Merece la pena, es una forma de ahorrar más rápido", comenta a laSexta.
A su lado se encuentra José Manuel. Él llegó hace tan solo mes y medio gracias a su hermana. Viven juntos en Husoy en una casita por la que pagan 350 euros cada uno, pero hay maneras más económicas de vivir, nos dice, "hay unas casas en las que pagas 100 euros por habitación, pero cada dos o tres habitaciones compartes baño. Cada uno tiene sus prioridades".
Pero todos ellos no tendrían trabajo sin Rita y Randi Karlsen, las actuales propietarias de la factoría. Bueno, en realidad, nada sería lo mismo sin los hermanos Karlsen, los que fundaron esta compañía en 1932, Hilbert and Aksel Karlsen. Compraron una productora de pescado en desuso en Husoy, un pueblo en el que tan solo había dos casas por entonces, y empezaron a tratar el pescado que llegaba directo de los barcos.
Y, en toda esta cadena, faltan los actores principales. En el SEGLA nos esperaba Gaute Amundsen, el capitán del barco. Mientras el resto de la tripulación dormía, él nos iba explicando cómo funcionaba su trabajo. “Gracias a un sónar, podemos saber que hay un banco de peces cerca nuestro”. Las jornadas embarcados también son maratonianas. Comienza a las tres saliendo a alta mar y no llega a puerto hasta la media tarde después de cenar. Allí, le queda aún por descargar todo el producto después de que sus pescadores consigan las grandes toneladas de skrei.
Uno de esos pescadores es Steve Sørensen, el mayor de la tripulación. Lleva navegando 45 años y nos puede relatar lo duro que es trabajar en férreas condiciones y lejos de su familia. Ahora tiene cuatro hijos y, dice, que tanto su mujer como él ha podido llevar esta situación porque son bastante independientes, y bromea: "Tampoco he estado tanto fuera si me ha dado tiempo a tener cuatro hijos".
Pero para que todo este trabajo, sepa bien, hacen falta buenas manos. Las primeras, las de un pescadero de confianza que conozca el producto, que sepa limpiarlo y sepa asesorar sobre su calidad. En nuestro caso ha sido Manuel, de la pescadería Blancamar. Una tienda de barrio con más de 30 años de experiencia. "La carne del skrei es más jugosa, más fibrada debido a los 1.000 kilómetros de viaje que se hace este bacalao", ha indicado. Se lo sabe todo.
Las segundas, las de la chef Pepa Muñoz. Ella puede integrar un producto de 5.000 kilómetros en nuestra gastronomía. Unos garbanzos, unas espinacas y te hace un potaje de vigilia exquisito. Un mojo picón y unas papas arrugás y unas lascas de bacalao. Sin olvidar, en ningún momento, los tomates de su huerta... ¡qué tomates! Pero... sobre todo, su salero y mimo con el producto.