Antonio acaba de llegar al camping de Gargantilla del Lozoya, a 80 kilómetros de Madrid. Comienza la desconexión. "Aquí nada de tablet, nada de tecnología, naturaleza", dice.

Belén, en cambio, ha incluido la oficina en su viaje con la casa a cuestas. "Son unas vacaciones tranquilitas pero estoy trabajando, aquí se está muy bien", comenta.

En el fondo, ambos buscan lo mismo: huir del bullicio para estar cerca de la naturaleza y de los suyos. "Ir a la piscina, hacer alguna ruta, divertirnos en familia", cuenta un hombre.

"Para los niños está muy bien; haces actividades, es muy sano, la piscina está fenomenal y los pueblos de alrededor nos gustan mucho", apunta una mujer.

Así, una parte de esa España vaciada cobra vida por un tiempo, comerciantes y hosteleros les dan la bienvenida. "El turismo rural está creciendo porque hay un segmento de la población que huye de la masificación", explica Antonio Gonzalo Pérez, vocal de la Federación Española de campings.

Los pequeños ayuntamientos de estos pueblos de interior redoblan el esfuerzo. "Los 'pros', mayor actividad económica de restaurantes y bares; y, en contra, que con una dotación económica para unos servicios para 350 personas tenemos que atender a más de 2.000", declara Rafael García, alcalde de Gargantilla del Lozoya.

"Para las administraciones de pueblos pequeños que se llenan mucho de gente, es cuando más movimiento y estrés hay", destaca Jaime Sanz, alcalde de El Berrueco.

Todo para que turistas y vecinos convivan de la mejor manera posible. "El problema es la gente que viene y tira basuras por todas partes y los atascos que se montan", dice una vecina.

El objetivo, que la búsqueda de tranquilidad de unos no perturbe la de otros.