La voz de Valeria Castro es un regalo para cualquiera que quiera acercarse a su arte o simplemente escuche sus notas por azar, sin pretenderlo. Una vez que te llega, no te abandona. Pero eso es lo de menos: su voz es lírica en sí misma, pero además es una persona que no está acostumbrada al odio por el odio. Un ser humano sintiente. Una persona normal que no tiene por qué asumir como normal el hecho de sufrir campañas de acoso crueles, como suelen ser todos los linchamientos en redes sociales por inocupados. Gentuza que no es consciente del daño que puede hacer a alguien que no conoce, actuando como matones de instinto y sintiéndose mejores por un segundo al destruir la vida de otra persona.
Valeria Castro ha anunciado que tiene que dejar su gira de conciertos temporalmente porque la han quebrado con su odio. El sueño de toda una vida, pausado por una horda de canallas que lo más cerca que estarán del talento será escuchar una de sus maravillosas canciones. No me importan las razones por las que Valeria Castro ha sido acosada. Ni me importan ni me he molestado en entender las motivaciones que han movido a algunos bastardos a elegirla como diana de sus frustraciones y vidas de mierda. No sois conscientes del nivel de inmundicia que representáis.
En el mundo actual, que vende el relato del esfuerzo y la meritocracia mientras se premia la mediocridad y la posibilidad del beneficio capitalista, voces como la de Valeria Castro son minoría. Una artista brutal que se ha fraguado una carrera haciendo covers de la música de la gente a la que admira, para después poder enseñar al mundo que su talento supera con mucho al de cualquiera de sus odiadores. Su ejemplo es un reflejo perfecto de que esa cultura es mentira: un discurso inventado para dar una pátina de credibilidad a quienes no valen nada pero son serviles a ciertos intereses. Les importa una mierda el mérito, porque cuando aflora alguien sin padrino que consigue una vida bonita con su trabajo desde los márgenes, se hace lo posible por hundirla en la miseria.
Valeria es una mujer honesta. Una cantautora que viene de abajo, de una familia humilde, y que ha conseguido labrarse una carrera en un mundo tan competitivo como el de la música con el único favor de su trabajo, de su esfuerzo, del azar, también de la suerte —claro— y, sí, sobre todo, de su genialidad. Es la emoción y la sensibilidad que transmite en cada tema lo que ahora le ha hecho parar, por no poder soportar una campaña de odio y descrédito de quienes no son capaces de entender que no todo el mundo puede dar su mejor versión todo el tiempo; que todos fallamos, nos equivocamos, que no siempre tenemos nuestro mejor día, sin que eso invalide ni un ápice todo nuestro trabajo.
No sé lo que es tener el talento de alguien como Valeria Castro, pero sí sé el dolor que supone sufrir esas campañas de acoso que acaban dejándote la salud mental arrasada por gente que jamás podría medirse en igualdad de condiciones usando la razón. La rabia que siento cuando veo a gente buena quebrarse por inválidos emocionales y crueles la tengo que sacar con la escritura, porque sigo estando en contra de la violencia. Por algún lado tengo que liberar la frustración ante la injusticia. Esto también forma parte de mi terapia, para no guardarme el odio que me generan los que solo son felices destrozando vidas ajenas. Pero, por encima de todo, es una carta para que te sientas cuidada, incluso por quienes no sabes ni que existimos.
No conozco a Valeria Castro; solo sé que iré a verla actuar cuando su cabeza esté en condiciones de ser feliz otra vez haciendo lo que siempre ha deseado. Ese día lloraré contigo, Valeria. Te abrazaré desde mi asiento aunque no lo sepas ni lo sientas, y te arroparé cantando contigo, intentando mitigar con todo mi cariño el momento oscuro que una panda de impresentables te ha hecho pasar. Somos mucha gente la que ahora te queremos sin conocerte, los que te querremos más que nunca cuando te veamos volver a sacar esa voz que es toda ternura. Sé que ahora no puedes ver más que dolor, pero vamos a estar esperándote con flores y aplausos al final, cuando el perro negro deje de morder.
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