Cuatro gallinas se convirtieron en las nuevas inquilinas del patio de su colegio por la idea de dos profesoras que, después de comprobar las bondades que trajo la instalación de un huerto para todos los alumnos hace dos años, pensaron que añadir un gallinero era una buena forma de fomentar el respeto, el compromiso y la responsabilidad. "No encontramos ninguna pega por parte del equipo directivo cuando se lo propusimos, en este colegio hay un gran ambiente", cuenta la coordinadora del proyecto Laura Sánchez, quien reconoce que antes tuvieron que consultar si cuidar animales en centros escolares era viable legalmente.
No solo era posible desde la legalidad, sino que también está resultando serlo educativamente, explican. "Los niños adquieren una responsabilidad a través del juego, no mediante la obligación, y funciona. Todos los días es una locura -de las buenas- por la implicación que hay para cuidarlas", explica Sánchez Rubio. Para inculcar la sensación que supone adquirir una nueva responsabilidad, el colegio organizó una pequeña fiesta de bienvenida el día que llegaron los animales.
"Antes de soltar a las cuatro gallinas, dos blancas y dos rubias, los alumnos pudieron estar con ellas, les dieron de comer e incluso los más pequeños crearon su propia careta de gallina para recibirlas como a una más", explica la profesora. La actividad trata de favorecer el desarrollo integral de los alumnos a través de la experimentación directa: los niños tienen una responsabilidad, aprenden de forma cooperativa y entienden que la naturaleza tiene sus tiempos y que hay cosas que requieren de paciencia.
No es una materia curricular, no se les pondrá nota pero implica que los alumnos adquieran una capacidad de compromiso. "Ni siquiera solemos poner candado en el gallinero, es de todos, una forma de que aprendan a cuidar y respetar lo suyo", defiende con orgullo la profesora. En el proyecto no solo cooperan los alumnos, también sus familias, pues la AMPA del centro consiguió que una de ellas donara un gallinero que ya no usaba mientras que otros padres lo desmontaron e instalaron.
"Los alumnos han visto cómo toda la comunidad se involucraba", relata Sánchez Rubio. Para alimentar a las nuevas protagonistas del colegio, el personal del comedor guarda el pan todos los días y los albañiles de unas obras próximas al centro ofrecieron sus materiales para ampliar la morada de las gallinas. "Justo hoy hemos desayunado unas magdalenas que ha hecho la profesora de primero de primaria con los huevos que han puesto esta semana y han ido recogiendo los alumnos", un claro ejemplo del modelo educativo "todos a una" que ha supuesto la llegada estas gallinas al Miguel Hernández de Laguna de Duero.
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