Poco se sabe a ciencia cierta de lo que ocurrió aquel 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, y mucho se ha hablado y especulado sobre ello. Tres hechos son seguros: que allí mantuvieron una fuerte discusión el escritor Miguel de Unamuno, el general José Millán-Astray y un grupo de falangistas, que al término del encuentro Unamuno tuvo que salir escoltado de la universidad y que poco después fue cesado de su cargo como rector vitalicio y obligado a la reclusión en casa. El resto, todo lo que rodea a la conversación que se resolvió con el desprecio y el desprestigio del régimen hacia el intelectual, sigue siendo un misterio; todo, incluida una frase que se ha enmarcado como hito histórico a través de los años y se ha convertido en refrán de la España moderna: "Venceréis, pero no convenceréis".

A ello, se dice y se comenta, habría respondido Millán-Astray entre gritos, como quien intenta imponer la voz sobre otros creyendo así tener más razón, con otras dos frases acabarían caracterizando al país en los años posteriores: "Muera la inteligencia" y "viva la muerte". ¿Dijo Unamuno realmente eso? ¿Dijo Millán-Astray realmente eso? Aquí la duda que sigue martirizando y rompiendo relaciones entre historiadores y expertos 83 años después. Más bien, la pregunta es otra: ¿qué se dijeron exactamente Unamuno y Millán-Astray para que todo acabara de tal manera? La censura y la falta de libertades inherentes a la dictadura han borrado de la memoria colectiva los detalles de aquella fatídica Fiesta de la Raza —ahora Día de la Hispanidad— celebrada en la Universidad de Salamanca. Sí se ha podido obtener un relato mitificado entre retazos de verdad, aún perseguido por la controversia, de lo que aconteció en el paraninfo.

Entonces, Franco lleva poco más de una semana siendo jefe del Estado, según se ha encargado de recordar recientemente el Tribunal Supremo, y Salamanca ya se ha convertido en bastión del fascismo. La ciudad no tarda ni un mes en caer en manos del franquismo. Desde allí opera el ejército sublevado, y también reside Franco, durante más de un año. El dictador se convierte en vecino de Unamuno, que lleva viviendo en la capital salmantina desde 1930, año en el que regresa de su destierro en Francia. Irónicamente, el escritor, que fue encargado de dar la bienvenida a la II República desde el balcón del Ayuntamiento de Salamanca —comienza "una nueva era y termina una dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido", fueron sus palabras, según expone el historiador Jaume Claret en su obra Esta salvaje pesadilla. Salamanca en la Guerra Civil (2007), acaba por apoyar la insurrección.

El tema principal del acto en el paraninfo es "la exaltación nacional, el imperio, la raza y la Cruzada"

Previamente, Unamuno, ya nombrado rector vitalicio de la Universidad de Salamanca, había comenzado a atacar en público al sistema republicano. Entendía que en aquella forma de gobierno se había producido una deriva económica y de la moral que hacía peligrar la estructura social española; al menos, la que a él le gustaba. No dudó en animar a otros pensadores y escritores a apoyar el golpe. Todo por el resurgir de la España cristiana. Le dura poco el encanto, y sus razones tiene. Al poco de estallar la Guerra Civil, varios de sus amigos son encarcelados o fusilados. Una tragedia traducida en horrores cuando, a principios de octubre, interpela a modo de súplica a Franco, sabedor del escarnio al que Unamuno estaba sometiendo a su insurrección, para poner en libertad al profesor Salvador Vila. Éste es asesinado el 22 de octubre, justo diez días después de su desencuentro en el paraninfo.

Con estos aires y estos ánimos asiste Unamuno a la Fiesta de la Raza que se va a celebrar en el paraninfo de la Universidad. A la misma acude también Millán-Astray. El amiguísimo de Franco llega a Salamanca herido en lo físico y sanando el orgullo. Mutilado por las batallas en Marruecos, la decepción por defender un país en nada parecido a sus ideales le lleva a formar parte de la intentona golpista desde el primer momento. Su implicación en la creación de la Legión y los valores subyacentes en el propósito lo confirman. Resulta ser una suerte de maestro del que será dictador de España. No es de extrañar: le pueden las formas de la antigua tradición heteropatriarcal española y el ambiente de rebelión contra la República le ha embravecido de forma exagerada; le admiran en su entorno y entre sus enemigos comienza a adquirir la fama de sanguinario. Con estos aires y estos ánimos asiste Millán-Astray a la Fiesta de la Raza. A la misma acude también Unamuno. Y tiene que ser el día 12 de octubre, y tiene que ser en una de las sedes del franquismo, como lo era Salamanca. Uno pensaría, con perspectiva y conociendo la situación y el contexto que precedía a ambos, que aquella escena no pintaba bien desde el principio: Unamuno, reconvertido en un referente de la lucha contra la insurrección franquista y en favor de los valores democráticos —ahora sí—, entra en un salón donde se celebra un acto que tiene por tema principal “la exaltación nacional, el imperio, la raza y la Cruzada”, señala el historiador Rafael Núñez Florencio en su obra ¡Viva la muerte! Política y cultura de lo macabro (2014) . Nadie lo vio venir. Ni siquiera los propios falangistas.

Unamuno en la Universidad de Salamanca

Tampoco es ninguna sorpresa. A grandes rasgos, y pese a sus protestas, a Unamuno aún se le hacía defensor de la sublevación, y se pensaba que de aquel acto, coincidente con el inicio del curso académico, renacería el apoyo del escritor a la cruzada de Franco. No fue así. Unamuno abre la ceremonia, retransmitida a través de una radio local. El ambiente está embrutecido por los tiempos de guerra. Entre los presentes se encuentran Carmen Polo, esposa de Franco, el periodista y dramaturgo José María Pernán, el obispo Enrique Plá y Deniel y José Millán-Astray. Junto a ellos, un buen número de franquistas eufóricos por el avance de las tropa, que recientemente se han hecho con Toledo y han ampliado el cerco a Madrid. Núñez Florencio advierte que Unamuno es consciente de lo que puede dar de sí el acto: "Parece ser que antes ha dicho de forma privada que prefiere no hablar para que no se le desate la lengua".

Hasta aquí, lo que no se pone en duda, o al menos no suele hacerse. Apuntan Jean-Claude y Colette Rabaté, expertos en la figura de Unamuno, que, tras las palabras del rector vitalicio, el catedrático José María Ramos Loscertales dedicó su intervención a homenajear las "esencias históricas de la raza", más bien a la española, y que el catedrático Francisco Maldonado de Guevara se limitó a atacar duramente al País Vasco, a Cataluña y sus nacionalismos. Entre discursos, y durante los mismos, gritos a favor de la causa franquista, brazos alzados y críticas, insultos y amenazas a los republicanos y detractores de la insurrección. Se enaltecen estos gestos y comportamientos a lo largo del evento, y lo intenta Pernán cuando, al final de sus declaraciones, pide a los "muchachos de España" hacer "cada uno, en cada pecho, un Alcázar de Toledo". En este punto se le desata la lengua a Unamuno. Núñez Florencio precisa que al escritor "se le ve" nervioso durante las intervenciones, "garabateando conceptos y frases en un papel", e incide: "En el documento pueden leerse, entre otras muchas palabras, «guerra internacional», «occidental cristiana», «independencia», «vencer y convencer», «odio y compasión», «lucha, unidad», catalanes y vascos»".

Unamuno toma la palabra nuevamente, sin que la retransmisión radiofónica pueda hacerse eco preciso, y lo que dice, según se plantea en la versión tradicional, es lo siguiente: "Ya sé que estáis esperando mis palabras, porque me conocéis bien y sabéis que no soy capaz de permanecer en silencio ante lo que se está diciendo. Callar, a veces, significa asentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Había dicho que no quería hablar, porque me conozco. Pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de una guerra internacional en defensa de la civilización cristiana. Yo mismo lo he hecho otras veces. Pero ésta, la nuestra, es sólo una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer es convencer, y hay que convencer sobre todo. Pero no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora, inquisitiva (mas no de inquisición). Se ha hablado de catalanes y vascos, llamándoles la antiespaña. Pues bien, por la misma razón ellos pueden decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo [Plá y Deniel], catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer. Y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española que no sabéis. Ese sí es mi Imperio, el de la lengua española y no…".

Versiones contradictorias entre los historiadores y expertos

Se atribuye esta reconstrucción a Luis Portillo, un profesor de Salamanca que se exilió a Londres durante la Guerra Civil. Aunque no estuvo presente en el acto, sí publica, en base a lo que informa la prensa republicana y cuentan varios testigos, un relato aproximado de los hechos en 1941 para la revista Horizon; relato que después logrará un alcance internacional al ser incluido en La Guerra Civil española (1961), obra del historiador e hispanista Hugh Thomas. Continúa Portillo explicando en su texto que Unamuno no llega a terminar su intervención: crece la tensión y la indignación falangista. Todos los insultos y amenazas que se estaban profiriendo en la sala contra los antiespañoles se dirigen ahora al escritor. Se escuchan exaltaciones a la "España; una, grande y libre" y gritos de "¡Viva la muerte!" y "¡Muera la inteligencia!". A estos gritos se une Millán-Astray, que si bien otros historiadores dicen que no pudo esgrimir más barbaridades, Portillo afirma que aprovecha la ocasión para dirigirse directamente al escritor: "País Vasco y Cataluña son dos cánceres en el cuerpo de la nación. El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí".

Núñez Florencio matiza que “la confusión del momento debió de hacer imprecisas las percepciones [...]. Aunque este extremo es igual de dudoso que la aludida irrupción del manco [Millán-Astray], se atribuye a Unamuno una segunda parte de su discurso —en realidad la continuidad del mismo tras la brusca interrupción— que constituiría en su esencia una respuesta intelectual a la exclamación necrófila”. De acuerdo a Portillo, que reconoce la literatura en la transcripción, Unamuno dice así: “Acabo de oír el grito de ‘¡viva la muerte!’. Esto suena lo mismo que ‘¡muera la vida!’. Y yo, que me he pasado toda mi vida creando paradojas que enojaban a los que no las comprendían, he de deciros como autoridad en la materia que esa paradoja me parece ridícula y repelente. De forma excesiva y tortuosa ha sido proclamada en homenaje al último orador, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán Astray es un inválido de guerra. No es preciso decirlo en un tono más bajo. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no se tocan ni nos sirven de norma. Por desgracia hoy tenemos demasiados inválidos en España y pronto habrá más si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán Astray pueda dictar las normas de psicología a las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes se sentirá aliviado al ver cómo aumentan los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray no es un espíritu selecto: quiere crear una España nueva, a su propia imagen. Por ello lo que desea es ver una España mutilada, como ha dado a entender”.

"Se ha exagerado muchísimo el dramatismo de lo que sucedió allí"

Y el escritor concluye su discurso dando pie a su famosa frase: “Este es el templo del intelecto y yo soy su supremo sacerdote. Vosotros estáis profanando su recinto sagrado. Diga lo que diga el proverbio, yo siempre he sido profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España”. Aquí nacen los argumentos discordantes de un gran número de expertos e historiadores: ¿a qué versión se obedece ante la falta de registros que certifiquen lo explicado? Para Jean-Claude y Colette Rabaté, la interpretación de los hechos que hace Portillo y que recoge Núñez Florencio se permite “muchas libertades” y obedece “a una voluntad de dramatizar los hechos con todos los ingredientes indispensables para su teatralización”.

El historiador y bibliotecario de la Universidad de Salamanca Severiano Delgado, experto también en materia de Unamuno, coincide con el matrimonio Rabaté, tal y como explicó en una entrevista concedida al diario El País: afirma que Millán-Astray no gritó "¡muera la inteligencia!" y sí "¡muera la intelectualidad traidora!". Tampoco cree cierta la lapidaria frase de Unamuno "venceréis, pero no convenceréis". Apunta que pudo obedecer más bien a esta fórmula: "Tenéis que tener en cuenta que vencer no es convencer y conquistar no es convertir". Y añade, tras años de estudio de la figura de Unamuno y del suceso: "Fue un acto brutalmente banal, donde se dieron cuatro voces y se despidieron a la salida, un tumulto habitual en discursos y charlas de los años treinta, donde la gente se exaltaba con facilidad. Se ha exagerado muchísimo el dramatismo de lo que sucedió allí".

En la misma entrevista, Delgado destaca también que Unamuno no respondió finalmente, ni fue apuntado con armas durante su intervención, ni se marchó escoltado, como se asegura en la versión tradicional, y que Millán-Astray se limitó a ordenar al escritor que acompañara a Carmen Polo a la salida del salón de actos entre el tumulto fascista. En todo caso, precisa, "algunos contertulios le insultaron y abuchearon" mientras se tomaba un café, horas después del encuentro; momento en el que apareció su hijo Rafael para defender a su padre y llevárselo de allí. La ampliación y difusión de un relato acusado de "mitificar" lo ocurrido el 12 de octubre de 1936 en el paraninfo pudo deberse también a la temprana muerte de Unamuno: en diciembre de 1936, solo dos meses después, recluido en su casa. "Cualquier día me levantaré —pronto— y me lanzaré a la lucha por la libertad, yo solo. No, no soy fascista ni bolchevique; soy un solitario", afirmó poco antes de morir.