Eran las 15.00 horas, sin mucha afluencia en la calle. Pero, de repente, un estallido. En el centro de Madrid, en la castiza calle Toledo, un coche tuvo que parar a escasos metros. Los cascotes, el humo lo inundan todo. Los vecinos, tras refugiarse, salen a la calle. El silencio es sepulcral. Apenas el sonido de las alarmas de los comercios cercanos lo rompen.

Los vecinos y peatones que estaban en la zona han intentado acercarse, poco a poco, cautelosos. La calzada era de difícil tránsito: todos los escombros se esparcían por la calle. El vehículo, poco a poco, da marcha atrás.

El edificio de la parroquia de La Paloma se ha quedado con el esqueleto al aire: los pisos superiores están desnudos, con el armazón visible, y sus paredes ya no existen. Han caído por todos lados. Principalmente, sobre el patio del colegio La Salle La Paloma, que es aledaño.

El humo dificulta la vista. Los vecinos se echan poco a poco a la calle, tras llamar a los servicios de emergencias, para ver qué ha sucedido y a intentar auxiliar en la medida de lo posible, sin saber muy bien qué es lo que estaba pasando.

Pronto, apenas unos minutos después, llega un camión de bomberos. La dotación más cercana está a apenas unos metros de la zona cero, en la Glorieta de la Puerta de Toledo. Ellos han sido los primeros en acudir al rescate tras la brutal explosión.