25 años después de su liberación, el secuestro de Ortega Lara sigue siendo el reflejo más duro del terrorismo en España. Su imagen tras 532 días de encierro fue, es y seguirá siendo el mayor ejemplo del terror infundado por ETA durante cinco décadas en nuestro país.

José Antonio Ortega fue secuestrado el 17 de enero de 1996 en el garaje de su casa, en Burgos. Como cualquier día, volvía de una jornada de trabajo como funcionario de prisiones en el Centro Penitenciario de Logroño.

La banda terrorista le secuestró con el propósito de exigir para su liberación el traslado de los presos de ETA a las cárceles vascas. No fue hasta 532 días después, el 1 de julio de 1997, cuando vio la luz. La Guardia Civil le localizó en zulo de 3 metros de largo por 2,5 de ancho en Mondragón, Gipuzkoa.

El habitáculo, de 1,8 metros de altura, se encontraba en el subsuelo una nave industrial. Su entrada estaba taponada por una máquina que solo podía moverse mediante un complejo mecanismo. Allí, solo podía comer de pie y tan solo recibía la luz de una bombilla durante 7 horas al día que le permitían entender el paso del tiempo.

Francisco Gil fue uno de los guardias civiles que le localizaron. Tras recibir la información de que el funcionario de prisiones podía estar en una nava en Mondragón, se desplegó un amplio dispositivo de búsqueda. "Hicimos una primera batida. No encontramos nada, y moviendo maquinaria más pesada empezamos a pensar que la pista quizás no fuera lo buena que pensábamos... pero no nos rendimos porque nuestro servicio de investigación llevaba mucho tiempo investigando y sabía que ahí había algo", explicó el miembro de las fuerzas de seguridad del Estado en ¿Dónde estabas entonces?

Pronto encuentran una máquina que no podía moverse. Fue entonces cuando el jefe del comando que había secuestrado a Ortega Lara, Josu Uribetxebarria Bolinaga se derrumbó: "No dice quién, pero dice que ahí está".

"Al entrar en el zulo encontramos un pequeño habitáculo y una puerta con dos cerrojos. Entramos a otro pequeño habitáculo más pequeño en el cual había una pequeña ventana por la que le daban la comida y una puerta. Al abrirla me encuentro a Ortega Lara. Se esconde en posición fetal y lo primero que me dice es 'mátame, sabes que no tengo miedo a nada'. Seguía pensando que éramos terroristas", explicó en una entrevista con Ana Pastor.

Incluso cuando consiguió convencerle para salir, se arrepintió y volvió al zulo. "Seguía pensando que éramos terroristas", aseguraba el guardia civil.

Llevaba 532 días sin contacto exterior. La devastación psicológica se unía a la física. "Estaba en las últimas, era puro hueso", recordaba Francisco Gil. Así, desorientado, con una larga barba sin arreglar, la mirada perdida y con la

sorpresa de encontrarse a muchos de sus vecinos arropándole a su vuelta a casa, su primera imagen tras el rescate sigue aún hoy marcada en la retina de muchos españoles.

Apenas una semana después, la banda volvía a sembrar el terror. El 10 de julio de 1997, Miguel Ángel Blanco, concejal 'popular' de la localidad de Ermua, en Vizcaya, era secuestrado por tres miembros de ETA. Al no ceder a las presiones, dos días más tarde era asesinado a tiros en un descampado. Sus historias marcaron a España: la de hombres corrientes, sin proyección pública, que habían sido víctima de la crueldad y la tortura de ETA.