De saludar, con cuatro años, al lado de su madre, a ser el protagonista en el balcón de Buckingham. 70 años después no solo ha cambiado la monarquía en Reino Unido, sino que Carlos III se enfrenta ahora a unos retos implantables en 1953.

Sobre todo porque, aunque de manera simbólica, siempre ha querido tener un papel público activo e incluso se ha mostrado dispuesto a investigar los vínculos de la corona británica con el histórico comercio de esclavos.

Pero nada de eso le ha hecho gozar de gran carisma. Con la inflación al 10%, más de la mitad de la población se ha mostrado en contra de financiar públicamente los 100 millones de libras que ha costado su coronación, según datos de una encuesta realizada por YouGov.

Y difícil lo tendrá también para ganarse a los jóvenes, de los que solo el 36% está a favor de la monarquía.Eso en Reino Unido, porque la desafección es todavía mayor en países como Canadá o Australia, donde también es jefe de Estado. Muchos de estos países descartaron modificar su forma de Estado mientras Isabel II estuviera en el trono, pero ya en el último año de su reinado muchos analistas señalaron como inevitable que, tras su defunción, la mayoría de ellos optara por abandonar la monarquía.

Carlos III es ya rey de un país sumido en una deriva política y social en el que el enfado con las instituciones, y más después del Brexit cuyos resultados no gustan a más del 60% de la población, ya no se puede frenar.