Las condenas públicas de los talibanes no tienen nada que ver con las promesas que hicieron cuando tomaron el poder en agosto de 2021. Ya en septiembre avisaron que recuperarían las ejecuciones y amputaciones. Así lo hicieron. Ese mismo mes asesinaron a cuatro secuestradores y colgaron sus cadáveres de grúas en plena ciudad. Desde entonces, han ido a más.
Prueba de ello son las imágenes de las flagelaciones públicas en Afganistán. Allí, un grupo de hombres son azotados por las autoridades por robo y sodomía en el estadio de fútbol de Kandahar ante una grada llena. Se trata de una escena propia de otros tiempos provocada por su estrambótica interpretación de la ley islámica.
A pesar de las denuncias en vano de las Naciones Unidas contra estas actuaciones y contra las mujeres. Si fuese hoy mujer en Afganistán, no podría acceder a estudiar en colegios, institutos o universidades. No podría trabajar en empleos que requieran fuerza o en ONG's, tendría que ir completamente cubierta en público y estaría prohibido entrar en parques, gimnasios o salones de belleza. Tampoco podría ni alquilar un local a su nombre.
Su incumplimiento supone ser castigada. Estas son solo algunas de las imágenes y prohibiciones primitivas que se han convertido en el día a día de millones de afganos y afganas.