Hace nueve años que la artista Amy Jade Winehouse murió en su domicilio de Londres a los 27 años por una intoxicación etílica. El alcoholismo y la bulimia que padecía, sumado a un enfisema pulmonar derivado de fumar crack, ya estaban "destrozándola por dentro", relata al otro lado del teléfono Susana Monteagudo, periodista y autora de la biografía ilustrada Amy Winehouse. Stronger than her.

Aunque el nombre de Amy Winehouse siempre está ligado a las adicciones, "no es justo que se la recuerde solo por eso", considera la escritora, que insiste en que "muchos músicos de rock se drogaban y no ha quedado solo esa imagen de ellos". Amy es mucho más que alcohol y drogas.

Sus amigos y familiares definían a la cantante como una persona cariñosa, inteligente y, sobre todo, amante de la música. Tanto es así que consiguió saltar a la fama con 20 años gracias a su primer álbum, Frank, en memoria a su ídolo estadounidense Frank Sinatra. Aunque este no fue el mejor momento musical de la artista, según explica la escritora, que llegó con la salida de su segundo disco, Back to Black, en el que se sinceró sobre su adicción a las drogas: "Intentaron hacerme ir a una clínica de rehabilitación, pero dije: no, no, no", canta en Rehab.

La vida de Amy está repleta de curiosidades, muchas de las cuales recoge Monteagudo en la biografía, como que ese segundo álbum, Back to Black, fue compuesto con una guitarra comprada en el municipio alicantino de Gata de Gorgos, en una tienda llamada Francisco Bros. La artista viajó a la costa alicantina junto a su padre para recuperarse del dolor que sentía tras la ruptura con su segundo novio, Blake, relata la escritora.

Gracias a este disco, Amy consiguió cinco Grammys. Sin embargo, Monteagudo afirma que si hubiera dependido de la cantante, "no hubiera sido una estrella", porque "era una persona muy humilde", dice, y recuerda que Amy "siempre decía que se conformaba con cantar en un garito de manera constante y no trascender".

Más allá de Amy como cantante: una gran compositora

Los padres de Amy nunca llegaron a dedicarse a la música. Su padre, Mitch Winehouse, era vendedor de sistemas de acristalamiento y su madre, Janis Seaton, farmacéutica. Sin embargo, su padre siempre estaba cantando y animaba a Amy a que le acompañara. De él heredó su adoración por Frank Sinatra.

Otra de las figuras que le inculcó su amor por la música fue su abuela materna, Cynthia, con la que además tenía un vínculo muy fuerte. Ella había sido cantante y novia de la leyenda de jazz Ronnie Scott. Además de Cynthia, dos tíos de Amy se dedicaban profesionalmente a la música, según señala la biografía de la cantante.

Su hermano Alex, quien llegó a trabajar como periodista musical, también fue otro de los artífices del amor de Amy por la música. Fue él, además, quien le enseñó a tocar la guitarra con 14 años, la misma edad a la que fue expulsada de la escuela de teatro donde estudiaba (Syl-via Young Theatre School). El motivo está narrado en su biografía: un recién estrenado piercing en la nariz. Así era Amy Winehouse, "una muy niña conflictiva porque no quería estudiar, quería cantar", confiesa a carcajadas la escritora.

Un año más tarde, a los quince, Amy empezó a componer. Una labor a la que deseaba dedicarse y compaginar con la interpretación, según cuenta la autora.

La relación con su padre: objeto de polémicas

"Durante la infancia de Amy su padre estuvo muy ausente", indica la escritora. Fue en el momento en el que Amy empezó a hacerse famosa cuando Mitch Winehouse reapareció en la vida de la cantante, de hecho era él quien gestionaba sus negocios.

La relación entre sus progenitores nunca fue perfecta y Amy tuvo un auténtico trauma cuando con ocho años sus padres se separaron y se enteró de que su padre estaba engañando a su madre con una compañera de trabajo. Aún así, Monteagudo desmiente que la artista tuviera una mala relación con ellos: "Otra cosa es que, debido a sus adicciones, tuviera momentos en los que chocaba con su padre", señala la escritora, que asegura que Mitch adoraba a su hija. Eso sí, "lo que más adoraba de ella era su dinero", advierte.

Una carrera musical manchada por las adicciones

La adicción de Amy al alcohol era conocida por todo el mundo, incluido por su padre, quien al principio justificaba el problema y lo relacionaba con la juventud y la ruptura de la joven con novio. Por lo que, a pesar de las constantes peticiones de su manager para que acudiera a rehabilitación, Amy nunca le hacía caso.

Más tarde, cuando inició de nuevo su relación con Blake y empezó a meterse en la vorágine de las drogas, tanto su padre como todo su entorno animaron a la artista a tratarse. "Lo hicieron por su salud, pero principalmente porque se dieron cuenta de que así ella era incapaz de hacer conciertos y no podía salir de gira, se les iba el negocio al trasto", explica la escritora.

Entre 2007 y 2010, la adicción de Amy por las drogas le llevó a cancelar muchos de sus conciertos. A pesar de que "los días anteriores a las giras, entraba en rehabilitación, no conseguían que se recuperara del todo", asegura Monteagudo.

Los últimos años de su vida Amy pudo hacer frente a su adicción con las drogas y, de hecho, según ha señalado su padre en varias ocasiones, fueron los más felices de la vida de la artista. Sin embargo, nunca dejó el alcohol. "Amy empezó siendo alcohólica y terminó siendo alcohólica", declara la escritora.

Pero las drogas y el alcohol no eran su único problema, Amy también tenía un trastorno alimenticio: bulimia. "Una enfermedad muy importante de la que no se ha hablado mucho", se lamenta la escritora.

A pesar de todas las adicciones y su constante negativa a rehabilitarse del todo, Amy no quería morir. El día de antes de su muerte, la artista le aseguró al médico que la visitó que ella quería vivir, según cuenta su biografía. Sin embargo, el exceso de alcohol, la bulimia y un enfisema pulmonar por fumar crack "la destrozaron por dentro", relata la escritora. Un final que impidió a la artista cumplir otro de sus sueños: ser madre.