La borrasca Filomena que trajo a España la mayor nevada del siglo en enero de este mismo año no resultó ser únicamente un fenómeno atmosférico llamativo. Era el cambio climático lo que lucía blanco bajo nuestros pies. Filomena no solo cubrió las calles y casas de un manto espeso de nieve; con esta borrasca nos asomamos a la evidencia de la gravedad de la situación climática. También lo fue la ola de frío histórica de casi una semana que la siguió.

Pero, a decir verdad, son muchos los recientes fenómenos meteorológicos extremos que hemos vivido en los últimos tiempos. Por ejemplo, en enero de 2020, con la borrasca Gloria: temporal de viento, lluvia, nieve, oleaje que borró parte del Mediterráneo. Este evento dejó 13 muertos y cortes en redes, carreteras; poblaciones aisladas, ríos desbordados, y paseos marítimos y franjas del litoral destruidas.

"Esos temporales, esa gota fría, produce grandes inundaciones. Lo vimos en Murcia, en Torre-Pacheco, donde en seis meses se inundó hasta cinco veces", ha explicado Enrique Segovia, director de Conservación del Fondo Mundial para la Naturaleza, World Wildlife Fund en inglés). Pese a las frecuentes inundaciones, España está en un proceso de desertificación acelerado. Más del 75% de nuestro país se encuentra en riesgo.

Sequías prolongadas en nuestra valiosísima Doñana, o embalses con frecuentes rachas bajo mínimos. Los recursos hídricos se han reducido cerca de un 20% en la segunda mitad del siglo XX. Es el combustible perfecto para alimentar la virulencia de los incendios. "Asistimos a épocas con fuertes vientos, con unas altas temperaturas, con riesgo extremo de incendios que queman nuestros bosques", ha alertado Enrique Segovia. El de Valleseco, en Gran Canaria, estuvo 40 días ardiendo.

Los de Galicia y Portugal, en octubre de 2017, devoraron 300.000 hectáreas. Estos fuegos estaban avivados además por el huracán Ophelia, anómalo por llegar vivo a este punto de Europa. Y cada vez llegan más: Leslie, en 2018, fue el más potente en alcanzar la Península Ibérica desde 1842, y uno de los más duraderos. Y mientras, siguen derritiéndose los glaciares pirenaicos. Se estima que el deshielo los haga desaparecer en los próximos 30 años.