El filósofo francés Michel Foucault (1926-1984) utilizó el término biopolítica para definir la relación que mantienen los gobiernos con el cuerpo social cuando se trata de gobernarnos la vida. En una de sus obras, tal vez la más conocida, titulada "Vigilar y castigar", publicada en 1975, Foucault nos presenta un reglamento de fines del siglo XVIII donde se enumeran las medidas a adoptar cuando se declaraba la peste en una ciudad.

Para minimizar el contagio, se replegaría a la población para garantizar con ello la inserción de los individuos en una superficie vigilada. Toda aquella persona que se saltase las fronteras impuestas recibiría el consiguiente castigo. Al contrario de lo que sucedió con la lepra, que las personas fueron excluidas, en la peste se establece un control de la población con una serie de medidas donde la falta de libertad de movimientos y el registro permanente vienen justificados por la gravedad de la pandemia.

Lo que viene a decir Foucault es que el control social que se ejerció ante el brote de peste, es la aspiración de toda sociedad disciplinaria. También podemos encontrar esta misma idea en el curso que Foucault dictó el Collège de France entre enero y marzo de 1975, y que se puede encontrar en castellano con el título de "Los anormales" (Akal).

La mirada de Foucault viene a cuento por el debate generado ante el confinamiento obligatorio ante el cual algunas voces se han rebelado, criticando el control que los gobiernos están imponiendo ante la pandemia; una vigilancia que se va extendiendo más allá del control sanitario y que alcanza el término foucaltiano de biopolítica. Por ejemplo, en Italia, el filósofo Giorgio Agamben, en uno de sus artículos, viene a decir que las medidas son "frenéticas, irracionales y absolutamente injustificadas" y que hay una creciente tendencia a utilizar el estado de excepción.

Giorgio Agamben publicó hace algunos años un ensayo titulado "Homo sacer" (Pre-textos) construido a partir del concepto de biopolítica de Foucault y de la crítica al estado de excepción que plantea el jurista Carl Smitt. De esta manera, en "Homo sacer", el filósofo italiano advierte lo que le puede suceder a una persona que traiciona la ley y que se salta el confinamiento, saliendo de la ciudad cuando no hay garantías. Si cualquiera te mata, nadie es culpable.

Hasta aquí, el debate se sirve y se nutre de pensadores. Pero cuando el debate llega a España, la cosa cambia. En nuestro país, lo de pensar parece ser que no está bien visto y ante las medidas de control que se están tomando, las voces críticas son tan poco críticas como que vienen de una oposición parlamentaria que se dedica a ganar campeonatos de güitos de aceituna en vez de darle al caletre.

De la misma manera que en el sistema económico capitalista se oculta el excedente -el plusvalor- bajo el disfraz de beneficio, las clases privilegiadas disfrazan sus pérdidas económicas durante la pandemia utilizando el recurso fácil de criticar las medidas de confinamiento dispuestas por el Gobierno, calificándolas de medidas dictatoriales o totalitarias. Parece ser que la derecha, ahora, de la noche a la mañana, está en contra de las medidas de vigilancia y de control social. De haber leído a Foucault, las denominarían medidas relacionadas con la biopolítica. Pero nuestra clase política no lee, y lo poco que lee no lo ha comprendido. Esa es la razón por la que nuestro Parlamento esta exento de discurso. Porque no hay discusión. Esto último lo explicó muy bien Marcuse en su libro "El hombre unidimensional" (Ariel).

Por seguir con libros, no podemos dejar pasar la ocasión de citar otro título del que se habla mucho en estos días. Se trata de "1984", de George Orwell, una novela distópica donde se denuncia el control de la población por parte de los gobiernos. Hace poco, Ana Rosa Quintana, en un esfuerzo intelectual, hizo alusión al libro de Orwell para criticar al Gobierno. Porque Ana Rosa, al igual que la mayoría de gentes de derechas, al carecer de referentes intelectuales, tira de Orwell. De esta manera dan a entender que Orwell era un converso por criticar la lectura que del marxismo hizo el leninismo y que corrompería Stalin con su Estado totalitario. Ana Rosa Quintana se esfuerza por parecer leída, pero no consigue convencernos.

Para terminar, y ya que estamos con las televisiones, lanzo el guante desde aquí al amigo Antonio G. Ferreras para que avive un debate en su programa a partir de la tesis expuesta por Foucault, traída hasta nuestros días por Agamben y envuelta en la ficción distópica orwelliana de "1984". Porque, en estos tiempos de discurso muerto, el debate de calibre es necesario. Aunque sea por televisión.