La adrenalina del último kilómetro se hizo esperar el domingo. Eran las 9:20 cuando la carrera terminaba con una cuesta infernal, esa que te encuentras desde el monumento del 11M hasta la primera entrada del Retiro en Alfonso XII. Últimos metros, ¡vamos! "No sé si pararme en seco, retirarme para siempre de esto del correr o hacer un sprint". Opto por continuar. ¡Prueba superada! 25 minutos. No está nada mal, para una servidora que solo lleva corriendo menos de un año. El subidón de acabar la carrera contra la violencia de género me duró "lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rocks", que diría Sabina. El tiempo que tardé en beber un poco de agua, recoger mis cosas y mirar el móvil. Un titular y a la porra el subidón.

El domingo me vinieron a la cabeza las imágenes típicas de la prensa persiguiendo, alcachofa en mano, a los personajes públicos (o famosos) por la calle. Siempre me llamó la atención ese mutismo, evitando contestar cualquier pregunta con un "de ese tema no voy a hablar", en el mejor de los casos. Si no sonrisa, dientes como diría La Pantoja, y paso firme hasta aburrirles y llegar al destino o montarse en un coche, que les hace siempre desaparecer como si les hubieran abducido.

"Claro, los famosos, ya se sabe, venden sus palabras, no las regalan", pensaba entonces. El domingo me sentí una o uno de ellos. De repente me vi en la piel de ese personaje público, que responde a las preguntas con sinceridad, cariño y humor porque no entiendo otra manera de hacerlo. Porque así soy yo. Porque cuando tienes la conciencia tranquila, el alma limpia y la verdad clara nada malo puede pasarte, ¿no? Pues parece que sí. Me encontré una entrevista que contaba todo lo que yo conté, pero de otra manera, con otras palabras, otro tono, otras preguntas y otras respuestas. Pero sobre todo un segundo titular sacado de contexto, cambiado y con mala baba: "En la carrera por la conciliación quise entrar en la meta por delante de Pedro Sánchez, pero los de Presidencia no me dejaron".

¿En qué lugar me deja esto a mí? En un lugar que no me gusta, que me cabrea, que me hace verme desde fuera como una irresponsable. Cuando yo siempre he dicho que me siento orgullosa y feliz porque para mí que el Presidente del Gobierno corriera nuestra carrera por la conciliación fue un hito histórico y un símbolo de compromiso por nuestra lucha social. Ahora toca trabajar en ello, por supuesto, esperar los cambios y las leyes que no llegan. Y ser crítica si no se cumple. Pero de ahí a ese titular, hay un mundo.

¿En qué lugar deja esto a los de Presidencia? En una "supuesta" coacción a mi libertad.

Pero, sobre todo y lo que es peor, ¿en qué lugar deja esto a la verdad? La verdad completa, con sus detalles, no cortada y sacada de contexto porque eso ya no es la verdad. Me da miedo, mucho miedo, que la verdad no tenga cabida, que la verdad no venda o que la verdad no sea lo suficientemente potente como para dar clicks a una noticia. ¿De verdad hay que decorarla, cambiarla y hasta denostarla para buscar el impacto mediático? ¿De verdad voy a tener que negarme a las entrevistas por miedo a que cojan un titular, que fuera de contexto, es una falta de respeto brutal? ¿De verdad la verdad no se lleva? ¿Sabemos lo que eso significa cuando denunciamos la mentira y perseguimos la corrupción?

Esta realidad me coloca en un lugar perturbador. En un lugar donde no puedes pedir las entrevistas antes de que las publiquen porque eso te hará parecer desconfiada y soberbia. En un lugar donde no puedes pedir las entrevistas por escrito, porque claro eso le hace perder frescura. En un lugar donde la verdad a medias sí vale. Pero esa no la voy a permitir, ya os lo digo. No voy a permitir que me conviertan en un objeto más de la (mala) cultura del "usar y tirar", de una víctima más de la inmediatez, del periodismo que solo busca un titular polémico y dañino.

Porque siempre me quedara mi lugar propio donde expresarme, donde soy yo y me siento libre porque no le debo nada a nadie y no hay mayor libertad y verdad que esa.