- Buenos días, me pone cuarto y mitad de anestesia, por favor.

- Claro. ¿Para qué es señora?

- Para que no me duelan tanto los mensajes de las Malasmadres que renuncian.

- Vale. Pongo anestesia de la fuerte, a ver si lo conseguimos.

- Gracias. Espero que funcione.

Hace semanas que respiro profundo cada vez que leo un mensaje de los cientos que me llegan todas las semanas de Malasmadres que renuncian a su trabajo para poder cuidar, que no saben cómo enfrentarse al positivo de su hijo/a o a una cuarentena preventiva con indignación, con cabreo y con frustración. Respiro profundo. Miro de soslayo sus palabras, que se me siguen clavando en el alma, pero que dejo pasar, sintiendo RESIGNACIÓN. ¿Hay algo peor que sentir resignación en una crisis como esta?

El domingo, en una de las entrevistas más bonitas que me han hecho en estos 5 años, Domi del Postigo me preguntó: "¿Tienes esperanza en la reunión pendiente con la Ministra de Trabajo?". (Esa reunión que el viernes se truncó por el Consejo de Ministros extraordinario).

"Por supuesto", le dije. Siempre tengo esperanza para seguir luchando, para sentarme a mostrarle los datos de una realidad invisible, que no podemos dejar de mirar de frente. Siempre que tengo la oportunidad, saco la fuerza desde lo más profundo, ese lugar donde conviven mis sueños con los mensajes de las Malasmadres, que me dan la garra suficiente para mostrar que hay que apostar por el cambio, que se necesita voluntad política de la de verdad. El día que me falle la esperanza, todo habrá terminado.

Hace una semanas, Escrivá me decía "A mí no tienes que convencerme" y yo le decía: "Dime a quién entonces, que iré donde haga falta para visibilizar este problema social, que está apartando a tantísimas mujeres, dejándonos atrás sin compasión". Y no me hace falta que de esto advierta la ONU o el Banco de España, yo lo vivo en primera persona cada día sin descanso desde hace siete meses, los mismos meses que tiene mi buenahija3 Lucía.

Pero hoy resuenan en mi cabeza las palabras de Domi con cierta amargura inesperada. Será que se me ha caído el café encima esta mañana cuando intentaba que mis hijas me hicieran caso a la vez que repasaba los emails urgentes y escuchaba la última hora en La Ser. O será que luego me he enterado que es martes 13 y eso lo justifica todo o será que esta situación de anestesia nos está empezando a paralizar, a idiotizar, a apartar del ruido que tenemos que hacer para que nuestra voz no se apague.

Lo han vuelto a hacer. Nos han dejado SOLAS de nuevo, sin recursos, sin respuestas, sin medios. En medio de una guerra política que llena portadas e informativos y silencia todo lo demás, que posterga reuniones y que deja en la esfera privada y personal nuestros problemas, donde siempre "deberían" estar.

Lo han vuelto a hacer. Han dejado pasar los meses, la angustia, la incertidumbre, porque como siempre LA FAMILIA es más poderosa que todo eso y coloca las cosas, como buenamente puede. Y nos unimos, nos defendemos, nos apoyamos con todo el armamento del que contamos para simplemente sobrevivir. Abuelos y abuelas, en riesgo, que cuidan, que recogen a los niños y a las niñas del colegio, que pasan cuarentenas preventivas. Familias, que ni siquiera tienen tiempo de cuestionar si son o no responsables, cuando reciben la llamada de su jefe o jefa, recordándoles que el niño o niña tiene que hacer cuarentena pero ellos NO. "¿Cuidarles? No es mi problema".

El problema social de la conciliación en casa de cada familia y las soluciones no llegan, la supervivencia se sirve en plato frío, mientras las reuniones de resiliencia, futuro económico y presupuestos se suceden bajo el lema: ESPAÑA PUEDE.

España puede, claro que sí, buscándonos la vida, sin hablar muy alto, haciendo poco ruido y bien calladitos y calladitas, no vaya a ser que en una de estas la anestesia se confunda con abandono, la anestesia nos sepa a manipulación y nos demos cuenta de que España no quiere.