Ha vuelto a suceder. Otra vez un informe de un organismo internacional (en este caso un grupo de expertos sobre el Cambio Climático de la ONU) hace tambalearse los cimientos de nuestros hábitos alimentarios. Y es que el citado informe tiene una conclusión muy clara: lo que comemos, o más bien, lo que dejamos de comer, puede abocarnos o salvarnos de un desastre medioambiental sin precedentes.

Según este grupo de expertos, los datos no necesitan mayor explicación: hasta un 37% de las emisiones globales de gases responsables del efecto invernadero se producen como consecuencia de la producción de alimentos (¿y el resto? No todo va a ser la comida, vamos, digo yo). También nos llaman la atención con el desperdicio alimentario. Calculan que entre un 25% y 30% de la comida que se produce acaba en la basura, lo que se traduce en un 10% de los gases contaminantes que están haciendo agonizar nuestro planeta.

Lo que está claro es que, de este informe, sale un claro perdedor: la carne. Con tres claros acusados: las terneras, los pollos y los cerdos. De hecho, según la Dra. Marta G. Rivera, una de los 107 expertos responsables de este informe, el 77% de la carne que se produce para consumo humano son cerdos y pollos, y el 22% vacuno. Parece ser que el enemigo lo tenemos en casa, más concretamente en nuestras granjas.

¿Tenemos que dejar de comer carne?

La gran pregunta que a todos nos vino a la cabeza cuando empezamos a leer el bombardeo de noticias sobre este informe era si ahora todos teníamos que volvernos vegetarianos. De hecho, mucha gente empezó a alegar que la agricultura también contaminaba, o que la culpa era de los políticos. Teorías varias para defender poder seguir comiéndonos una hamburguesa de vacuno (o la carne que cada cual tenga como favorita).

Pero parece que no se trata de eso. De hecho, el informe no concluye tajantemente que tenemos que dejar todos de consumir carne (¡sorpresa!). Lo que hace el informe es una valoración y una recomendación global, y propone que se reduzca el consumo de carne en aquellos países que están comiendo proteínas de origen animal por encima de las recomendaciones saludables (e incluso, más de uno y más de dos, comen por encima de sus posibilidades), y, atento al dato que esto no apareció en titulares, aumentar el consumo en aquellos países que no llegan a la recomendación proteica y donde los alimentos de origen animal pueden ser una oportunidad de salud.

Alimentos de origen animal

En resumen, que para disminuir la emisión de gases contaminantes derivados de hacer crecer y engordar una vaca, un cerdo o un pollo, lo que nos piden es que comamos sólo la proteína que tenemos que comer. Y que no nos pongamos como "El Tenazas"comiendo más de lo que debemos. Y, mira, de paso, tu salud también lo agradecerá, ya que, como seguramente sabrás, las proteínas de origen animal muchas veces no vienen solas. Suelen venir acompañadas de colesterol, cantidades altas grasas saturadas o ambas.

¿Cómo diferencio un alimento ecológico o bio?

Seguramente estés pensando que una solución es empezar a consumir más alimentos 'bio' o 'eco'. Y, seguramente también, te darás cuenta de dos cosas: que hay vida más allá de las frutas y las verduras 'bio' (bienvenido a la carne de ganadería ecológica), y que el precio puede ser hasta dos o tres veces más caro que si no fuera con el apellido 'bio-eco'. Y, es que, producir alimentos siguiendo un estilo de crianza o cultivo que sea responsable con el planeta al máximo exponente, barato, lo que es barato, no es.

Y claro, como todo producto donde el precio es superior al resto, no podía falta su buen fraude. ¿Qué sería de una marca de lujo sin su "alternativa" de mantero en la plaza más céntrica de una ciudad europea? Nada. Pues lo mismo pasa con los productos que respetan el medio ambiente, que tiene su vertiente de alimentos fraudulentos, que nos los venden como ecológicos, y que de ecológicos no tienen ni el envase (de esto vamos a hablar más abajo, porque también tiene tela).

Así que, ya que estamos dispuestos a gastarnos 'los dineros' en estos productos, llamémosle "invertir en la salud del planeta", qué menos que de verdad sean por lo que hemos pagado: respetuosos con el medio ambiente. ¿Cómo podemos saber si nos la están colando? Pues, aunque puedas llamarme pesado (que, reconozco, muchas veces lo soy -en general los nutricionistas somos todos un poco pesados-), tan fácil y tan sencillo como mirar la etiqueta.

Sello europeo de Producción Ecológica

Europa está en todo. Mira que podemos discutir todo lo que quieras de otras cosas, pero en lo que a seguridad alimentaria se refiere, ¡chapó! ¿Pues no van y se inventan un sello para certificar que de verdad lo que estamos comprando viene de agricultura y ganadería ecológica? ¡Y para toda Europa! Es decir, que puedes estar seguro de estar ayudando a la 'madre Tierra' aunque viajes al extranjero este verano (lo de cuánto contamina un avión, se lo dejo a Miguel Aguado).

¿Qué puedo hacer para que mi alimentación sea más sostenible?

Como hemos dicho antes, lo 'eco' es más caro y no siempre está a la altura de todos los bolsillos. Aunque no lo creas. Piensa en una familia de 5 miembros que sólo entra el sueldo de uno de los progenitores. De estos sueldos que no llegan a empezar por un dos y que no supera las 4 cifras. Ahí lo tienes. ¿Quiere decir esto que sólo los bolsillos más adinerados van a poder ser respetuosos con el medio ambiente? No. No todo es comprar alimentos con este sello. Hay otras cosas que podemos hacer en nuestro día a día que van a ayudar a que seamos mucho más sostenibles.

1. Consume menos carne. Seguramente estés consumiendo más carne de la que necesitas. ¿No te lo crees? ¿Y si te digo que no es necesario que todos los días comas carne ni pescado? Exacto, las proteínas también pueden venir del mundo vegetal, y no solo hablo de soja. Legumbres, frutos secos, cereales 100% integrales. Todos los seres vivos tienen proteínas en mayor o menor medida.

2. Compra alimentos de kilómetro cero. ¿Sabes qué son? Dicho de otra manera, compra alimentos de proximidad. No es lo mismo un aguacate de Suramérica que de Almería. Cuando los compramos de lugares alejados de nuestra casa, aunque no sean carne, también contaminan. ¿Por qué? Piénsalo. ¿Cómo crees que lo traen hasta nuestro supermercado de confianza? En avión, en barco, o en tren. Es más difícil evitar que vengan en camiones, pero si podemos evitar el resto de transporte, menos emisiones de CO2 que lanzamos a la atmósfera derivadas de la quema de combustibles fósiles como el gasóleo o el queroseno.

3. Elije alimentos de temporada. Todos sabemos que las sandías son en verano y las aceitunas en invierno. ¿Por qué somos capaces de encontrar entonces sandía en pleno diciembre? Por varios motivos. O son de invernadero, con sus plásticos y sus explotaciones del suelo intensivas, o se han recolectado verdes, se han almacenado en cámaras frigoríficas (que contaminan también por el gasto de electricidad innecesario) y que después se ponen a madurar en cámaras con etileno, la hormona que se pongan maduras muchas de las frutas que comemos. Por eso, cuando es temporada, aparte de más jugosas y más baratas, seguramente hayan contaminado menos el medio ambiente

4. Al peso mejor que por raciones. Otro truco que, además de hacernos ahorrar dinero, también mejora la salud de nuestro planeta. Y es que, no es lo mismo ir al mercado a por un kilo de tomates (y si ya nos los sirven en bolsa de papel o llevamos nuestra propia bolsa de casa, como hacían nuestras madres, mejor que mejor), que comprar cinco o seis en su bandejita, con su plástico, dentro de una bolsita de plástico. Envases innecesarios que contaminarán al producirlos y contaminarán cuando acaben en la basura, por no decir océanos o campos.

5. Desempolva tu carro de la compra y la bolsa de rafia. Esas de cuadritos que tenían nuestras abuelas. Esas que han visto más ofertas del mercado que las que podremos ver nosotros en una vida. Aún recuerdo cuando íbamos al 'mercadillo' semanal de mi pueblo mi madre y yo, pedíamos un 'peso' de naranjas (para los que no lo sepan, cuando decíamos un 'peso' nos referíamos a la oferta que hubiera, tipo "2 kilos de naranjas, 100 pesetas" -sí, soy de la generación de las pesetas-). Y no había bolsas. Ni feas ni bonitas, cada uno se llevaba la suya o llevaba el carro de la compra. De los de antes, de dos ruedas. Ahora los tienes con cuatro, con bolsa isotérmica para los congelados y hasta con estampados fantasía. ¿Por qué no volver a ponerlo de moda?

6. Elije el vidrio. Puestos a ponernos 'ñoños' recordando la infancia. ¿Os acordáis cuando devolvíamos las botellas de vidrio al súper y nos descontaban dinero? Aunque ya no está en la mayoría de sitios este sistema, sí podemos elegir aún envases de vidrio frente a latas o bricks. Elijámoslo y sobre todo, reciclémoslos.

7. Ve a la compra andando. A lo mejor no habías caído, pero, si tienes la posibilidad de ir al mercado o al 'super' del barrio andando, ¿por qué coges el coche para hacer la compra? Es la paradoja de la gente que se apunta al gimnasio, pero va en coche hasta él. Otro gasto de gasolina innecesario. Además, ir y volver andando, y encima la vuelta hacerlo cargado, ayuda a aumentar tu actividad física diaria. El planeta, tu bolsillo y tu salud te lo agradecerán. Olvídate de las aplicaciones que te traen la compra a casa y ve tu a por ella. Además, descubrirás que puedes elegir la cantidad que te puedes llevar y no comprarás más de lo que vas a poder comerte. Y, sin querer, habrás añadido un consejo más a la lista de ser 'eco', no desperdiciar alimentos.

En definitiva, para ser más eco, muchas veces hay que mirar atrás. A nuestras abuelas y abuelos. Cuando no había tanta comodidad e ir a hacer la compra era un acto social, donde hablabas con los vecinos, los tenderos, y te movías. Bien para el planeta, bien para ti.