A veces necesitamos que una noticia sobre un alimento con presuntas cualidades de prevención o curación de una enfermedad para que dicha enfermedad se haga visible. Si no, hasta ese momento, ni siquiera habríamos caído en ella. Y lo que es más importante, no nos hubiéramos planteado si estamos en riesgo o sufriendo dicha patología. El ser humano es así, se acuerda de Santa Bárbara cuando truena.

Esto parece ser lo que ha pasado con el hígado graso, en concreto, la enfermedad del hígado graso no alcohólico (EHGNA). Una enfermedad que se ha convertido en un problema de la salud mundial debido a que cada vez es más extendido, entre otras causas, debido al aumento de la obesidad y la diabetes tipo 2 entre la población occidental. De hecho, se calcula que afectará a más de 100 millones de personas para el año 2030.

Si, además, sumamos el hecho de que, actualmente, no hay tratamientos validados para esta enfermedad, la respuesta es sí, deberíamos habernos preocupado antes por ella y no a raíz de las últimas noticias sobre alimentos como el té o el brócoli para su prevención.

¿Qué es el hígado graso no alcohólico?

Nuestro hígado es el órgano más grande dentro del cuerpo humano. Entre otras funciones, ayuda a digerir los alimentos, a almacenar energía y a eliminar los compuestos tóxicos de nuestra sangre. Como podemos adivinar por el nombre, la enfermedad del hígado graso se caracteriza por la acumulación de grasa en el hígado. Y, de forma general, se divide en dos tipos principalmente: el hígado graso no alcohólico, y el causado por el alcohol (también llamado esteatosis hepática alcohólica).

Dentro del primer tipo, el que no está relacionado con el consumo de alcohol, podemos distinguir también dos tipos. El hígado graso simple, donde hay grasa en el hígado, pero no hay, o hay muy poca inflamación o daño, y que, por norma general, no es demasiado serio como para causar daño o complicaciones en el hígado. Y la esteatosis hepática no alcohólica, donde, además de grasa, existe inflamación y daño en las células de este órgano.

Si no se pone remedio, esta inflamación y daño puede causar fibrosis o cicatrización del hígado, desembocando en cirrosis o cáncer de hígado. Es decir, que es algo a tener en cuenta dentro de las enfermedades que podemos evitar con nuestro estilo de vida y nuestra alimentación, y que, seguramente, es una de las que menos se ha hablado si lo comparamos con la diabetes, la hipertensión o las enfermedades cardiovasculares.

¿Por qué aparece el hígado graso no alcohólico?

Aunque las investigaciones aún no han dado una causa concreta de esta enfermedad, sí podemos decir que aparece de forma más frecuente en personas que sufren determinadas situaciones o enfermedades como la diabetes tipo 2, la obesidad, la hipercolesterolemia o tener cifras elevadas de triglicéridos en sangre, la hipertensión o el conocido síndrome metabólico (obesidad, diabetes, hipertensión y colesterol elevado, todo junto y a la vez). Es decir, los viejos conocidos para los nutricionistas cuando hablamos del papel tan importante que tiene nuestra alimentación para prevenir estos problemas. Parece que tenemos que empezar a añadir este trastorno a la lista de problemas de alimentarse mal.

Es verdad que también se ha detectado que aparece de forma más frecuente por las personas hispanas y caucásicas no hispanas, así como aquellas personas que pierden peso de forma muy rápida. Lo que viene a reforzar la idea que he repetido una y mil veces: si coger peso es un estrés para el cuerpo, perderlo de forma acelerada también lo es, y esta enfermedad sirve de claro ejemplo. Por eso, ni se recomienda un IMC (índice de masa corporal) mayor de 25, ni cuando hacemos una dieta de adelgazamiento, perder más de 500 gramos o un kilo a la semana. Todo tiene sus consecuencias.

¿Cómo sé si tengo hígado graso?

Si esperas tener síntomas, esta no es de esas enfermedades que avisan de que han llegado. Las dos vertientes (el hígado graso alcohólico y el no alcohólico) son enfermedades silentes, es decir, que tienen pocos o ningún síntoma. De hecho, de presentarse algún síntoma se suele reconocer que la persona comienza a sentirse cansada o a sentir molestias en el lado superior del abdomen.

La forma más frecuente de detectar que una persona tiene este problema es por un análisis de sangre donde se incluyen pruebas específicas de función hepática. Por este motivo, la prevención es fundamental para no llevarnos la sorpresa cuando ya lo tenemos o, incluso, cuando ya es tarde para ponerle un remedio que no incluya tratamientos más complicados como medicación o, incluso, un trasplante.

¿Cómo puedo prevenir el hígado graso no alcohólico?

La verdad, no hay que hacer nada que sea diferente para prevenir otras enfermedades, por lo que este problema tiene que servir de razón adicional para cuidarnos y llevar una dieta y un ritmo de vida saludable.

Dentro de las recomendaciones que se suelen hacer entra la dieta saludable, limitando el consumo de sal y de azúcares sencillos, además de potenciar el consumo de frutas, verduras y cereales integrales. Además, como es normal, habría que acompañar a lo que comemos con ejercicio físico regular, ya que la pérdida de peso saludable y gradual ayudaría a prevenir y a mejorar el hígado graso en su fase leve, así como para reducir la cantidad de grasa que hay en este órgano.

También hay que tener cuidado con usar suplementos dietéticos de vitaminas o cualquier alternativa que nos vendan para este problema. Desde los consensos internacionales científicos se recomienda hablar con el médico antes de usar ninguno de ellos. Y mucho más si vamos a utilizar algún remedio a base de hierbas, ya que, muchos de ellos, pueden llegar, incluso, a empeorar la enfermedad.

¿Qué alimentos ayudan a prevenir el hígado graso no alcohólico?

Como hemos dicho, la alimentación es clave para prevenir e incluso tratar las primeras etapas leves de esta enfermedad. Y, aunque no hay mucha investigación al respecto y las recomendaciones son genéricas (como el “haz una dieta saludable”), necesitamos saber concretamente qué tenemos que hacer para no caer en errores. Por eso, basándonos en las recomendaciones del NIH (National Institute of Diabetes and Digestive and Kidney Diseases de Estados Unidos), podemos hacer las siguientes recomendaciones:

Limitar el consumo de grasas. En general, aunque especialmente las grasas saturadas y trans que podemos encontrar en las carnes rojas, la piel del pollo y las aves en general, la manteca de cerdo o las margarinas y productos ultraprocesados.

Potenciar el uso de grasas monoinsaturadas y poliinsaturadas. Y, cuando hablamos de potenciar, no se trata de comer más, si no de reemplazar las saturadas y trans por estas. Pero manteniendo una cantidad total de grasa saludable (lo necesario para cocinar y aliñar). Hablamos de aceite de oliva o los omega 3 que podemos encontrar en pescados azules y frutos secos, como las nueces.

Consumir alimentos de índice glucémico bajo. Es decir, hidratos de carbono saludables como los que tienen las frutas, verduras y cereales integrales. Estos alimentos afectan menos a las subidas de glucosa en sangre, es decir, lo contrario a lo que hacen el pan blanco, el arroz blanco, o las patatas fritas.

Evitar los alimentos y bebidas con grandes cantidades de azúcares sencillos y añadidos, incluidos aquellos que en vez de glucosa o azúcar (sacarosa), tienen fructosa. Por ejemplo, bebidas deportivas, refrescos con azúcar, zumos de frutas o té azucarado.

Evitar el consumo de alcohol. No hay cantidad segura. De hecho, es uno de los puntos que más influye en la salud de nuestro hígado, a pesar de las campañas que ha habido de lo saludable que es el consumo diario de vino tinto o cerveza. Una cosa es permitir un consumo ocasional y moderado en personas que no tienen ningún problema de salud, y otra muy distinta es recomendarlo.

Sobre las últimas noticias que hablan de ciertos compuestos del té o del brócoli, hay que tomarlos con cautela. Es verdad que podrían (y subrayo podrían) ayudar, pero hablamos de estudios en fases muy iniciales. Es decir, que lo mismo que podrían, también podrían no hacer nada. ¿Quiere decir esto que tenemos que evitarlos? Tampoco, en el fondo estamos hablando de alimentos que, si nos fijamos en las recomendaciones anteriores, estarían perfectamente en una dieta saludable.

Pero de ahí, a empezar a comerlos sin control para curar o evitar un trastorno hepático, hay un camino muy largo. Y, como por experiencia, cuando se dice que “es bueno” aparece la histeria colectiva y empezamos a consumirlo por encima de nuestras posibilidades (incluso empiezan a aparecer pastillas con ellos), lo mejor es, por ahora, utilizar el principio de precaución y dejar que la ciencia avance hasta que nos aclare bien cuánto de útil pueden llegar a ser. En el fondo, todo es mucho más sencillo: come bien. Y para esto, estoy yo aquí, para que cada día aprendamos un poco más.