Al principio fueron tres. Tres amigos que, a escondidas, montaron uno de los grupos más importantes en la historia del pop español, con permiso de Mecano. El que no tenía era el de sus padres. Ellos, adolescentes, no sabían el camino de lágrimas que iba a recorrer el grupo en las siguientes cuatro décadas. Era 1978. Eran Enrique, Javier, Álvaro. Los tres Urquijos. Y otro que pasaba por allí, Canito, José Enrique. Que fue el primero en irse, atropellado una Nochevieja. Su muerte en el filo entre dos años marcó el principio de la Movida madrileña. Un antes y un después. Le sustituyó Pedro Antonio Díaz, cuando un camión chocó con un tractor, solo cuatro años más tarde. Y luego Enrique, claro. A él le atropelló la droga, un pico, el enésimo, en un portal de Malasaña. Llevaba enganchado desde el principio. La música era para él una trinchera en la que refugiarse, un oasis en el desierto de la desesperanza. Era una música triste, la que te pones cuando te deja la novia y te marchas a casa caminando bajo la lluvia —persiguiendo sueños rotos—, con las manos en los bolsillos y niebla en el corazón. Y, aun así, trinchera.
Ayer, de madrugada y melancólico tropecé por casualidad con una de sus canciones por la radio y se me ocurrió mirar la fecha de la creación del grupo. Me di cuenta de que se han cumplido cuatro décadas desde que se nos empezaron a meter en el corazón. Y 20 años desde que se fue Enrique. Demasiados. No solo por la ausencia, sino por la presencia. Cuando una música, cuando unas canciones llevan tantos años con nosotros, solo significa que son importantes. Que han muerto y resucitado con nosotros, que han plantado árboles con sus cenizas, que han cosido con el hilo de tus ojos, al son de acordes aún no inventados. Que nos han hecho soñar en otras vidas y en otros mundos, pero a tu lado.
No sé qué significa gran cosa de la canción —dudo que el propio Enrique lo supiera—, aunque eso eso lo entiendo muy bien. Pero a tu lado. Una conjunción adversativa, nexo de unión entre contrarios, nos deja claro que sin la otra persona nada importa. Que pueden venir y vendrán olas y embates y vientos y huracanes y gritos y frío y hambre y desolación y se estrellarán contra un pero. Se volverán espuma y humo, se volverán silencio. Quizás no haya felicidad, pero habrá calma. Quizás no haya paz, pero habrá sentido y propósito. En un mundo de certezas absolutamente falsas y mentiras absolutamente evidentes, esas cuatro palabras que escribió Enrique Urquijo —acompañadas de un sencillísimo, casi transparente do fa sí—, querer y confiar se antoja más necesario que nunca. Más difícil, también. Y qué no lo es. Pero a tu lado.