El pasado sábado 27 de marzo se celebró un concierto masivo en el Palau Sant Jordi de Barcelona que congregó a 5000 asistentes. Las imágenes recuerdan a otro concierto de las mismas dimensiones celebrado en el WiZink Center de Madrid el 19 de diciembre de 2020. En ambos la incidencia acumulada de COVID-19 estaba por las nubes, a las puertas de una inminente nueva ola, con fuertes restricciones de reunión y de movilidad, y con más de cien muertes al día.

En los dos conciertos se tomaron medidas sanitarias similares: aforo al 30%, uso obligatorio de mascarilla homologada y ventilación constante para garantizar niveles de CO2 equivalentes a un espacio al aire libre. Las diferencias principales son que en el concierto de Madrid se mantuvo la distancia de seguridad interpersonal mediante butacas vacías, y en el de Barcelona se realizaron test de antígenos a todos los asistentes justo antes de entrar en el evento (en Madrid se realizaron a los trabajadores). El concierto de Madrid no se tildó de "experimento", el de Barcelona sí.

La mayoría de los conciertos y eventos culturales, sean de pequeño o gran formato, defienden el lema "cultura segura". Reconozco que esto apela a mis emociones. Han sido unos de los grandes perjudicados por la pandemia. Hay muchos profesionales que apenas han podido facturar nada en un año. Es durísimo. Soy muy sensible a todo lo que le concierne al sector cultural, por lo profesional y sobre todo por lo emocional. Por eso, si hay alguna forma de evaluar la seguridad de un evento cultural presencial, hay que someterlo a prueba. Para eso está la ciencia.

En diciembre de 2020 se celebró un concierto en la Sala Apolo de Barcelona al que asistieron unas 500 personas y que se aprovechó para realizar un ensayo clínico aleatorizado bajo el título: "Transmisión de SARS-CoV-2 en un evento de música en vivo de reunión masiva en interiores". El objetivo del estudio fue evaluar la efectividad de una intervención preventiva basada en la detección de contagiadores potenciales mediante test de antígenos, uso de mascarilla homologada tipo FFP2 y ventilación de aire adecuada.

El evento duró cinco horas e incluyó cuatro actuaciones (dos sesiones de DJ y dos actuaciones de música en directo). Además de los artistas y técnicos (58 personas en total), participaron 1140 voluntarios que se dividieron en dos grupos: la mitad asistieron al evento en la Sala Apolo y la otra mitad no, sirviendo de grupo de control. El grupo control sirve para comparar la incidencia tras el concierto, para evaluar si entra dentro de lo normal y por tanto, si los contagios son consecuencia de la asistencia al concierto.

Todos los voluntarios fueron sometidos a un test de antígenos justo antes de comenzar el evento. Ocho días después a todos los voluntarios se les hizo una PCR de seguimiento. Ninguno de los asistentes dio positivo, así que ninguno se infectó. Otra lectura es que ninguno de los asistentes era portador del virus, así que era imposible contagiarse.

Uno de los objetivos del estudio es evaluar la seguridad que ofrecen los test de antígenos. Al igual que las PCR, sirven para detectar la presencia de virus en el organismo. Las PCR son más sensibles y robustas, por lo que sirven para detectar a personas infectadas asintomáticas con baja carga viral. La desventaja es que las PCR son pruebas costosas, técnicamente más complejas y lentas, ya que el resultado puede tardar horas o días. Sin embargo, los test de antígenos son rápidos (15 min) y económicos. La desventaja es que no son tan sensibles como las PCR para cargas virales bajas (alrededor de un 20% de falsos negativos), pero sí son muy sensibles a cargas virales altas (más de un 90% de sensibilidad). Así que los test de antígenos son muy útiles para diagnosticar a personas sintomáticas y para detectar a personas con alta capacidad infectivaque son las que más contribuyen a la transmisión del virus.

Los resultados del estudio, cuyos autores tienen filiación con el Hospital Universitari Germans Trias i Pujol de Badalona, la Fundación Lucha contra el Sida y la Universitat Politècnica de Catalunya entre otros, se hicieron públicos recientemente. La conclusión del estudio es que "proporciona evidencia sobre la seguridad de los eventos de reunión masiva en interiores realizados durante un brote de COVID-19 bajo una intervención preventiva integral". Según el estudio, si los test de antígenos se realizan inmediatamente antes de entrar al concierto, ofrecen una instantánea altamente fiable y estable de la capacidad infectiva de los asistentes durante la jornada. No obstante, el estudio todavía no ha sido revisado por pares, lo que significa que no ha sido valorado por el sistema de la ciencia.

Uno de los pilares del sistema de la ciencia es el método científico. Resumiendo, consiste en someter hipótesis al cedazo de la prueba, tratando de evitar en lo posible todo aquello que pueda deformar los resultados. Si se trata de un experimento con personas, además debe superar la valoración de un comité de ética de acuerdo con la legislación y registrarse como ensayo clínico. Los participantes deben ser informados de los riesgos y dar su consentimiento, para ello firman un documento de consentimiento informado. Una vez realizado el estudio, los resultados deben compartirse con la comunidad científica. Otros científicos afines al campo de investigación revisarán el diseño experimental y los resultados para verificarlos, lo que se llama "revisión por pares". En esto consiste el sistema de la ciencia, en garantizar que los resultados de un estudio son veraces. Por eso los experimentos que uno pueda hacer por su cuenta en su casa no tienen la misma consideración que los realizados dentro del sistema científico.

El caso del concierto de Sant Jordi con 5000 asistentes ha sido más simple, ya que fue catalogado como "estudio observacional", no como "ensayo clínico": los participantes acuden libremente a un concierto por el que han pagado la entrada y por el que deben realizarse un test de antígenos con resultado negativo del mismo día, y el estudio consiste en recopilar los datos sanitarios de los participantes durante los días posteriores al evento.

Los asistentes al concierto de Sant Jordi firmaron un documento de consentimiento informado para participar en el estudio observacional (documento al que he tenido acceso a través de un asistente). Según el documento, su participación consiste en ceder "su autorización a obtener los resultados de notificación de diagnóstico de COVID-19 a través de vigilancia epidemiológica los 14 días posteriores al evento. (…) Este estudio no conlleva la obtención y utilización de muestras biológicas con fines de investigación".

Sobre los riesgos, el documento dice "al tratarse de un estudio observacional, su participación en este estudio no conlleva ningún riesgo adicional". Es decir, se trata de un concierto convencional, con las mismas medidas sanitarias obligatorias que cualquier otro: reducción de aforo y uso de mascarilla. El estudio no conlleva riesgos adicionales puesto que solo consiste en la recopilación de datos, no del concierto en sí. El concierto de Madrid no ha sido tildado de "experimento" y el de Barcelona sí. La diferencia entre el concierto de Madrid y el de Barcelona es que los asistentes han firmado un documento en el que consienten que el Departamento de Salud utilice sus datos sanitarios.

Los investigadores principales del concierto de Sant Jordi son los mismos que los del concierto de la Sala Apolo. No esperaron al resultado de la revisión por pares del ensayo clínico (o prueba piloto) para escalar sus resultados a un estudio observacional con miles de participantes. Por eso hay experimentos y "experimentos", porque no todo lo que parece ciencia es ciencia, y no toda la ciencia tiene la misma calidad.

Lo que se pretende desde el sector cultural es buscar alguna fórmula que garantice la seguridad en los eventos culturales multitudinarios. Para eso está la ciencia, para averiguar cómo hacerlo y ponerlo a prueba. Lo que no se puede hacer es celebrar por adelantado que los conciertos han sido un éxito sanitario. Hay que esperar a la revisión por pares de la prueba piloto, a los resultados del estudio observacional y a los resultados de más estudios futuros que aporten más rigor (con grupo control, seguimiento activo de los asistentes, etc). En eso consiste la ciencia, en ofrecer datos y certezas, no en simular que algo es como nos gustaría que fuera.

La hipótesis que se somete a prueba es que los test de antígenos, las mascarillas homologadas y la ventilación ofrecen suficiente protección como para garantizar que un concierto multitudinario es suficientemente seguro. Es una hipótesis falsable, es decir, el resultado de los estudios podría demostrar que no son seguros. Hay que asumir que existe esa posibilidad, de lo contrario no sería una hipótesis falsable y por tanto faltaría a uno de los principios epistemológicos de la ciencia.

El mejor escenario posible sería que los estudios sirviesen para garantizar la "cultura segura". De momento solo se han hecho estudios preliminares y con muchas limitaciones. Me pregunto ¿y si se producen contagios? ¿Y si los estudios confirmasen que los conciertos multitudinarios no son seguros? ¿Qué pasará entonces con la cultura que se pretende salvar?

El concierto de Sant Jordi provocó una avalancha de críticas a nivel internacional desde el punto de vista sanitario y, sobre todo, desde el punto de vista ético. La imagen de 5000 personas bailando, saltando y cantando juntas, no es coherente con la imagen de tantas personas sufriendo los embates de la pandemia, que llevan más de un año sin poder abrazar a sus padres o a sus nietos. No hay ética sin estética.